La gran prensa internacional no tuvo dudas en otorgarle credibilidad al general William Caldwell, un pez gordo del mando estadounidense en Bagdad, cuando mostró las pruebas, por supuesto irrefutables, de los artefactos explosivos, fabricados en Irán, que hubieran matado al menos 170 soldados estadounidenses y herido otros 620.
Como para la comedia del ex-secretario de Estado, Colin Powell, en las Naciones Unidas, cuando exhibió las falsas probetas con las falsas armas bacteriológicas de Saddam Hussein, podría ser la “smoking gun”, la pistola fumante necesaria para justificar el ataque contra Teherán. Es el mismo Pentágono que ofrece al New York Times más detalles: serían cilindros explosivos tecnológicamente adelantados proporcionados por los Pasdarán al Ejercito del Mahdi del chiita Moqtada Al Sadr. Las indiscreciones no explican si la culpa de los fabricantes iraníes es erosionar las cuotas de mercado de los productores estadounidenses, ni si tender emboscadas con armas “Made in USA” sería una culpa menos grave.
En Irak nada va como debería ir. Moqtada al Sadr es feo, gordo y malo, le arrebató a Bush la reliquia de la soga de Saddam Hussein, y mata a los infantes de marina con los cilindritos producidos en Irán. Pero es también el que maneja como una marioneta a nuestro hombre en la Habana, perdón, en Bagdad, el jefe del gobierno colaboracionista Nuri Al Maliki. La tragedia es que, sin la benevolencia de Teherán y sin los partidos, las milicias y los escuadrones de la muerte chitas, que mientras tanto se están escalpando el Irak entero, el “democrático” Al Maliki se derretiría como nieve al sol de Mesopotamia. Bush sabe muy bien esto y sin embargo últimamente lo reta mucho, considerándolo ineficiente para pacificar a la manera “stars and stripes” a Irak.
El problema es que la ineficiencia de Maliki depende de los puntos de vista. Para Teherán Maliki es eficientísimo. Los genios neoconservadores, que soñaban con transformar a Irak en un protectorado estadounidense, ahora se lo encuentran como satélite de Teherán. Los chitas se van sacando varios gustos.
En 1991 fueron animados a levantarse contra Saddam Hussein por George Bush padre. Luego, traicionados por este, fueron abandonados a las represalias del dictador. Ahora pasan a la caja. De un lado se hacen ayudar por el ejército de Estados Unidos en llevar adelante su limpieza étnica contra los suníes que, para la gran prensa internacional, son todos terroristas. Del otro se divierten a darles golpecitos a sus ayudantes/aliados/ex – traidores estadounidenses con los cilindritos que les llegan desde Teherán. A hacerle caso al general de cuatro estrellas Caldwelly, ya se cargaron 170 de ayudantes/aliados/ex – traidores, que infelizmente no pueden romper con los que siguen siendo los mejores (aunque infieles) amigos que los estadounidenses tienen en el país.
Teherán inspira, espiritual, política, económica y militarmente al gobierno iraquí y a la gran mayoría de los partidos y milicias chiitas. Los bendice y es la gran beneficiaria de la guerra iraquí. Aunque tardaron cuatro años, parece que por fin lo entendieron hasta en Washington. El drama es que es muy difícil dejar de “trabajar para el rey de Prusia”, como hizo Estados Unidos hasta ahora, dejando de acompañar los amigos chiitas en organizar atentados y apoyar y encubrir los escuadrones de la muerte de estos.
¿Cómo hacer entonces para lanzar un ataque contra la “influencia iraní” si en Irak estás obligado a apoyar a un gobierno ligado con Teherán? Muchas pistas hacen pensar que frente al laberinto iraquí, el fundamentalismo protestante neoconservador, continúe a pensar en la guerra como única posible purificación e higiene del mundo. No contentos de los jarabes recibidos hasta ahora, los neocons creen que sólo un cambio de régimen en Irán podría rendir dóciles los chiitas iraquíes. Golpear Irán para educar Irak.
Fuentes de la CIA –reportadas por el británico Guardian- dibujan distintos escenarios de ataques contra Irán en los próximos 18 meses. Como en 2002-2003, Bush está presionado por el partido petrolero de Dick Cheney que no ve la hora de volver a pelear. A cambio tanto el secretario de Estado, Condoleeza Rice como el jefe del Pentágono Robert Gates serían más prudentes, un poco como Colin Powell, hasta cinco minutos antes de prestarse a su payasada en las Naciones Unidas. El Washington Post, que conoce muy bien la Casa Blanca implora la prudencia. Teherán hoy es indirectamente el más firme aliado de Washington en la lucha contra Al Qaeda. Sin embargo un ataque de Estados Unidos a Teherán produciría un cambio total de alianzas acercando Al Qaeda a los ayatolas y desencadenando una contraofensiva mundial. Mejor no tomarse ese riesgo suplica el Post al Pentágono.
Palabras clave: Guerras infinitas, Iran, Irak, Moqtada al Sadr, George Bush, terrorismo estadounidense, Al Qaeda