IRAK
¿Qué república para el futuro?
Las elecciones iraquíes, en régimen de ocupación, no resolvieron ninguna de las dudas sobre el futuro del país salvo que Iyad Allawy, candidato de los ocupantes, ha sido sonoramente repudiado. Mientras la legitimidad y el éxito de las mismas son fuertemente cuestionados, los chiitas, ganadores pero sin mayoría absoluta, pretenden imponer la ley islámica. A los sunitas no les queda otra que la guerrilla, y los kurdos, simplemente, se quieren ir.
Gennaro Carotenuto, desde Roma
El Ayatolá Alí al Sistani manda en un Irak donde los mismos invasores estiman que la resistencia realiza un promedio de 60 acciones diarias. Sistani manda y es una república islámica la que está tomando forma. Y la sharia, la ley islámica, gobernará Irak si el país sobrevive y no se fractura frente a las inmensas contradicciones a las cuales está sometida esta sociedad. Desde hace dos años Sistani teje su tela con una prudencia envidiable manteniendo a la mayoría chiita fuera de un levantamiento general contra la invasión anglosajona, acreditándose con los invasores como el mayor elemento de estabilidad y al mismo tiempo manteniendo un carácter indescifrable. ¿Qué quiere realmente Al Sistani? ¿Cuánto tiempo puede aceptar aún la ocupación militar sin que su credibilidad político religiosa salga debilitada? ¿Qué espacios abre su moderación para el fundamentalismo? Moqtada al Sadr, el joven líder chiita que tuvo que aceptar las elecciones porque así quiso Sistani, todos los días inflama nuevamente multitudes en Najaf o en Kerbala exigiendo el retiro inmediato de los infieles.
La decisión de estas horas ha sido nombrar un sustituto para Iyad Allawy, el hombre que había tomado el gobierno del país de manos del gobernador estadounidense el pasado 30 de junio de 2004. Según las indicaciones de Sistani el próximo primer ministro iraquí será Ibrahim al Jaafari, médico de 58 años, vocero del partido Dawa, el más antiguo entre la comunidad chiita iraquí. Entre las figuras de la Alianza Unida Iraquí, la lista chiita más importante, que obtuvo la mayoría relativa en las elecciones del pasado 30 de enero, Jaafari representa una figura intermedia, aceptable tanto para los religiosos como para los laicos. Al momento del cierre de esta nota, su principal competidor, Adel Abdul al Mahdi, hasta ahora ministro de Economía y líder del partido Sciri, aliado del Dawa en la lista bendecida por Sistani, está renunciando a su candidatura a favor de Jaafari. Éste lanza mensajes conciliadores, los usuales en esta situación. Sin embargo Jaafari está entre los sostenedores del Corán como única fuente de derecho, de la exclusión de las mujeres de la vida pública en nombre de una visión ultraconservadora. Sus críticos lo acusan de ser uno de los hombres más ambiguamente cercanos a Irán, y, por qué no, de tener una notable predisposición a la corrupción, característica que comparte con la mayoría de los políticos forjados en dos años de ocupación militar. Jaafari espera que Sistani termine de tejer su tela. La Alianza tiene 140 de los 275 diputados pero para ser primer ministro necesita la mayoría calificada de 183 votos. Que encuentre un acuerdo dentro del parlamento es casi seguro. Un acuerdo con los dos partidos kurdos, que tienen 75 escaños, haría que apoyaran a Jaafari a cambio de la presidencia de la República para uno de sus líderes, Jalal Talaban. Sin embargo sunitas, chiitas radicales y la sociedad civil que decidió no votar se mantienen distantes de este simulacro de democracia, donde en régimen de ocupación y con la guerrilla rampante es escasamente interesante saber quién será ministro de Salud o de Finanzas. Los más moderados entre quienes se mantuvieron fuera del proceso electoral, y al fin y al cabo representan al menos el 50 por ciento de la sociedad iraquí que no votó (del 72 por ciento declarado inicialmente, la misma propaganda occidental retrocedió a esta cifra), para entrar en juego y participar en la redacción de la nueva Constitución, piden una sola cosa: que haya un claro programa de retiro de las tropas invasoras.
Es sólo un pasaje del tsunami informativo que ha atribuido al proceso electoral puesto en escena por los invasores un valor infinitamente superior al que realmente tuvo. El resultado estaba absolutamente cantado hasta en el número de escaños atribuidos. El vocero de una facción de la resistencia, Abu Mussa, ya en los primeros días de enero había previsto que los chiitas quedarían entre los 132 y los 140 escaños, para que ganaran sin triunfar y obligándolos a pactar con los kurdos. Los poderes adivinatorios de Abu Mussa no pueden sorprendernos en un país donde se votó sin electricidad y sin observadores internacionales, donde todas las papeletas fueron escrutadas en pocos centros de recogida y los periodistas embedded (incrustados en la fuerza armada ocupante) sólo fueron acompañados a visitar cinco mesas, en un país donde se declara que votaron 8 millones de personas.
HACIA LA EXPLOSIÓN DEL PAÍS. La bomba explotó el pasado 6 de febrero, apenas seis días después de las elecciones. Fue una bomba verdadera, aunque el sistema mediático mundial le restó importancia y aunque fuera ampliamente prevista por los observadores más atentos. La cumbre de los ayatolás chiitas, que acababan de arrasar en las elecciones, comunicaba que el Corán será la única fuente de derecho en el nuevo Irak. Sistani no habla, pero sus voceros confirman que el Gran Ayatolá está plenamente de acuerdo. Para la credibilidad del proceso democrático iraquí es un golpe mortal. Y así, hay que minimizar. Minimiza Al Hurra, la tevé de los colaboracionistas, que desmienten. Y minimiza Dick Cheney y a corta distancia Donald Rumsfeld. Sin embargo ya no son ellos &endash;en teoría&endash; los encargados de decidir la agenda política de la flamante democracia, y el Consejo Supremo de la Revolución Islámica, inspirado por Sistani, desmiente las desmentidas: lo que queremos es la ley islámica, ¿qué se esperaban?
Desde Occidente se siguen considerando como propagandísticas las declaraciones chiitas. Y sin embargo el riesgo de que las elecciones hayan representado el comienzo de la construcción de una dictadura chiita de la mayoría es altísimo. Así George W Bush podría haber liberado Irak para permitir que se lapidara &endash;democráticamente&endash; a las adúlteras; ?claro &endash;afirman desde el Consejo&endash;, los estadounidenses nos cuentan que nos liberaron para permitirnos decidir libremente nuestro futuro. Ahora tendrán que respetar nuestras decisiones?. La sociedad civil iraquí, que bajo la dictadura de Saddam Hussein alcanzó niveles de laicidad y de derechos civiles para las mujeres desconocidos en la región, no parece dispuesta a permitir este nuevo retroceso a la Edad Media. La asociación Mujeres para las Mujeres muestra que no quieren retroceder en la esfera privada: el 95 por ciento de las mujeres iraquíes considera fundamental que las niñas estudien, el 87 pide más oportunidades profesionales. Es la desesperación, especialmente debida a la inseguridad generada por la guerra, la que empuja a las mujeres a aceptar el fundamentalismo, afirma esta organización. Es un choque de civilizaciones, éste sí, donde hay un convidado de piedra que juega un partido donde los parámetros de democratización de la sociedad iraquí son apenas una cortina de humo para los medios de prensa mundiales: los invasores, los verdugos de Abu Gjraib y de Falluya que ahora venden democracia en los suq (mercados) de Bagdad.