Por primera vez en Europa se recurrió a elecciones internas para elegir un candidato. Lo hizo la centroizquierda italiana y fue un éxito de participación. Sin embargo, Silvio Berlusconi promueve cambios en la ley electoral que le permitirían ganar más de cien bancas parlamentarias.
Gennaro Carotenuto desde Roma
Romano Prodi, que fue jefe de gobierno entre 1996 y 1998 y luego presidente de la Comisión Europea durante cinco años, será candidato de la centroizquierda italiana a la jefatura de gobierno en las elecciones del 9 de abril de 2006. El profesor de Bolonia ha logrado su candidatura en unas elecciones internas que se han revelado como un plebiscito a su favor mucho más allá de las previsiones que lo daban como ganador. El dato más destacado ha sido la elevadísima participación, síntoma de los deseos de dar vuelta la página del berlusconismo. Las previsiones más optimistas esperaban entre un millón y un millón y medio de votantes. Sin embargo cuando el domingo se cerraron las mesas, cerca de la medianoche, se escrutaron 4,3 millones de papeletas.
Prodi, de 69 años, cosechó más del 74 por ciento de los votos; lo siguió Fausto Bertinotti, secretario de Refundación Comunista, con el 14,7 por ciento, y otros cinco candidatos menores. Bertinotti, que en la campaña se había definido como el nuevo Obdulio Varela, fracasó en su intento de dar batalla, y esta vez Prodi, en su Maracaná, ganó por goleada.
Las elecciones internas italianas son las primeras que se realizan en Europa. Las democracias de este continente, todas parlamentarias y no presidenciales –con la parcial excepción francesa–, no tienen por costumbre realizar elecciones internas para elegir candidatos. La centralidad del sistema de partidos otorga a las cúpulas la facultad de elegir a los candidatos. El caso italiano ha respondido a la necesidad de ofrecer una legitimación a Prodi, un democratacristiano progresista sin partido y, a pesar del éxito, es difícil prever si la innovación que representan las elecciones internas tendrá futuro.
Para Prodi y para la coalición de centroizquierda es un triunfo que no esconde los problemas. Los partidos no han sido capaces de presentar un programa común. Las divisiones son especialmente en temas calientes como la política internacional –Prodi se ha pronunciado en favor del retiro de las tropas italianas de Irak, pero no todos lo apoyan– o la política económica, donde el berlusconismo dejará cuentas públicas desastrosas, o los temas éticos, donde el protagonismo de la Iglesia Católica muy raramente se hizo sentir de manera tan intensa.
BERLUSCONI JUEGA SUCIO. Las internas fueron una consulta organizada con el trabajo de decenas de miles de militantes, sin el respaldo de ninguna ley. Respondían a la lógica de un sistema electoral mayoritario implantado en el país a la caída del muro de Berlín. Con el sistema vigente, con el cual Prodi triunfó en 1996 y Berlusconi en 2001, la centroizquierda –según los sondeos– tendría una ventaja de hasta nueve puntos que le daría una amplísima mayoría en el futuro parlamento. Para Berlusconi –al cual evidentemente no le gusta perder ni a la bolita–, jugar con estas reglas era un suicidio. Entonces en pocas semanas y después de 15 años de retórica mayoritaria, dio un giro de 180 grados a su postura e impuso una reforma del sistema electoral en sentido proporcional. Una semana antes de las internas la nueva ley fue aprobada en la Cámara de diputados y en los próximos días llegará al Senado para la aprobación definitiva. Según los expertos, la nueva ley –un sistema proporcional corregido para favorecer los intereses de Berlusconi– podría beneficiar a la derecha con entre 100 y 130 escaños. Probablemente no le serán suficientes a Berlusconi para volver a ganar, pero su objetivo es impedirle a la centroizquierda gobernar con una mayoría estable.