De la desastrosa cumbre donde Estados Unidos paralizó cualquier posible reforma de la ONU, afloró como figura mundial la de Hugo Chávez. Denuncia con lucidez los males de las Naciones Unidas y propone soluciones para una organización que, desde Bill Clinton hasta los movimientos sociales, todos quieren –y no pueden– refundar.
Gennaro Carotenuto
Desde Roma
LA CUMBRE DE las Naciones Unidas de la semana pasada sancionó la imposibilidad de reformar esta institución y la derrota del proyecto reformista del secretario general Kofi Annan. Hubiese sido un desastre total si de la cumbre no hubiese surgido, por primera vez en muchos años, una oposición institucional al mundo unipolar y al pensamiento único neoliberal que ha llevado la ONU a la inmovilidad actual. Esta oposición toma y levanta la bandera del sur del mundo, de los movimientos sociales y de la sociedad civil del planeta. En el ámbito institucional, este mundo por primera vez puede identificar en la figura del presidente venezolano a uno de sus líderes.
Hugo Chávez fue el único líder que logró romper los tonos acolchados de la cumbre, las cadencias atenuadas, las formalidades diplomáticas del palacio de vidrio. Se tomó 20 minutos, en lugar de los cinco que le tocaban. Y el suyo no fue un discurso ritual. Su intervención ha sido irreverente y provocativa, pero sensata y extraordinariamente eficaz. Tan eficaz que quizás por primera vez en siete años que lleva al frente de su país, la llamada prensa internacional –como le gusta definirse a la prensa occidental– ha dejado de ridiculizarlo. Ya no es sólo el folclórico militar ex golpista amigo de Fidel Castro, y se dió espacio –casi con respeto– a su intervención, llegando a menudo a elogiar la altura de su discurso y las buenas razones de esto, aunque relevando su matriz utópica.
NECESITAMOS ALAS PARA VOLAR. Chávez empezó recordando que hace cinco años, en la Cumbre del Milenio, los participantes se habían comprometido a reducir a la mitad los 842 millones de hambrientos para el año 2015. El fracaso es total, así como lo es para todas las metas que la comunidad internacional se había propuesto. Tan grande es el fracaso en apenas cinco años que el embajador estadounidense, el halcón John Bolton, pretendió eliminar del documento final cualquier referencia a las promesas de cinco años atrás.
La conclusión de Chávez es amarga: la ONU agotó su modelo y en su formato actual no sirve más. Pero su discurso pasa del análisis a la propuesta. El presidente venezolano individualiza concretamente dos tiempos, uno lejano, con la superación de la “globalización neoliberal aterradora”. Es “el sueño de un nosotros que no avergüence por el hambre, la enfermedad, el analfabetismo, la necesidad extrema, y necesita –además de raíces– alas para volar”.
El otro tiempo es cercano, con propuestas concretas, viables si no fuera por los bigotes de Bolton. Venezuela propone cuatro reformas urgentes. La primera es la ampliación del Consejo de Seguridad, reequilibrando la relación entre países desarrollados y países en vías de desarrollo. La segunda es la reeleboración de las reglas de trabajo para favorecer la transparencia de los procesos de decisiones. En tercer lugar está la supresión inmediata del derecho de veto, “un vestigio elitista incompatible con igualdad y democracia”. El cuarto punto es el fortalecimiento de figura y poderes del secretario general para que la guerra preventiva deje su lugar a la diplomacia preventiva.
O INVENTAMOS O ERRAMOS. Chávez recordó al maestro de Bolívar, Simón Rodríguez. Citando el Foro Social Mundial de Porto Alegre –por primera vez este evento ha sido nombrado dentro en la Asamblea General de la ONU – pidió que la ONU se vaya de Estados Unidos. Este país –afirmó Chávez– es protagonista de continuas violaciones a la legalidad internacional. Si la propuesta de Jerusalén como sede presenta “aristas que hacen difícil llevarla a cabo”, Chávez propuso la fundación de una nueva ciudad, una ciudad internacional “que reequilibre cinco siglos de desequilibrio”. Y para ello ofrece el territorio de América Latina, porque debe estar en el Sur. “¡El Sur también existe!”, dijo citando a Mario Benedetti en un salón no acostumbrado a la poesía.
Concreto, aunque utópico. Razonable, aunque aislado. Necesario, aunque en abierta oposición al orden actual. Mientras los otros discursos prefirieron no aventurarse en propuestas concretas, Chávez avanzó un eficaz y razonable proceso de democratización de la institución. Atrevido al ponerle nombre y apellido a los problemas, rehuyendo de la diplomacia en su análisis, afirmó: “El neoliberalismo es precisamente la causa fundamental de los grandes males y las grandes tragedias que viven nuestros pueblos: el capitalismo neoliberal, el Consenso de Washington lo que ha generado es mayor grado de miseria, de desigualdad y una tragedia infinita a los pueblos”.
Con este discurso Hugo Chávez se reveló no sólo como un líder regional latinoamericano, sino como un líder creíble para todo el Tercer Mundo. Acusando a Estados Unidos de no tener la estatura moral para seguir hospedando a las Naciones Unidas, denunciando que la lucha contra el terrorismo no puede ser “pretexto para desatar agresiones militares injustificadas y violatorias del derecho internacional” y aclarando que sólo “el fin de los dobles raseros que algunos países del Norte aplican al tema del terrorismo podrá acabar con este horrible flagelo”, el dirigente bolivariano llevó por primera vez a la máxima cumbre mundial una síntesis de las reflexiones de los críticos de la globalización neoliberal.
DICTADURA ABIERTA Y DESCARADA. El silencio de los líderes del mundo frente a la crisis de las Naciones Unidas realzó la intervención de Chávez. Éste, quizá por primera vez, logró escapar del boicot mediático mundial que desde 1998 daña su autoridad y su imagen. Ahora se entra en una nueva fase. La revolución bolivariana ya existe también fuera de los confines latinoamericanos y no solamente como intento folclórico y anticuado sólo comparable con la revolución cubana. El proyecto bolivariano no ha sido sofocado en la cuna –Chávez ha vuelto a denunciar también las responsabilidades de Estados Unidos en el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 y en el paro petrolero del año siguiente– y ahora se presenta al mundo más allá de la superficialidad, que llega hasta la calumnia con la cual ha sido presentado hasta ahora. Es notable por ejemplo que la casi totalidad de los medios europeos durante los últimos siete años siempre han cubierto los eventos venezolanos con corresponsales desde Washington, acostumbrados a utilizar fuentes del gobierno de Estados Unidos y sin siquiera conocer el castellano, para describir desde lejos y con prejuicios el proceso bolivariano.
Éste –junto a Cuba, único país que rechazó votar el “documento Bolton”– se perfila como una oposición institucional visible dentro de las Naciones Unidas, toda una novedad después de años de unanimidades. De momento, dentro de este orden mundial la ONU es una institución demasiado oligárquica para representar a la humanidad. Estados Unidos y los otros cuatro grandes –China, Francia, Gran Bretaña y Rusia– detentan todo el poder y no tienen apuro por cederlo en una ONU domesticada. Los aspirantes a ocupar el Consejo de Seguridad –Brasil, Alemania, India, Japón, pero también Egipto, Sudáfrica, Pakistán y varios más–, en pos de mejorar su posición, están dispuestos a cualquier compromiso y sobre todo a aceptar la lamentable permanencia de todos los privilegios de los cinco, empezando con el derecho de veto que no critican. Los demás –que son casi 190 países donde vive más de la mitad de la población mundial– simplemente no cuentan o ya vendieron sus votos a cambio de espejitos. Así, toda esta alegre compañía de privilegiados votó casi por unanimidad el más inútil y edulcorado documento de la historia. Un documento “nulo e ilegítimo”, como denunció en solitario Hugo Chávez. Ha sido entregado apenas cinco minutos antes y sólo en inglés y perfila, en palabras del dirigente bolivariano, “una dictadura abierta y descarada en las Naciones Unidas”.
Los grandes votaron por imperio, los aspirantes por conveniencia, los demás por intrascendencia, resignación, pesimismo y por no mostrarse como enemigos. La nueva fase que se abrió en Nueva York es la de un embrión de oposición al pensamiento único y al imperio estadounidense dentro de las instituciones internacionales. Los calurosos aplausos con los que fueron acogidas las palabras de Chávez son una muestra de que la resignación de los muchos busca un proyecto para volver a florecer.