Sin puerto ni aeropuerto y ni siquiera una ruta que la conecte con Cisjordania, Gaza seguirá siendo una enorme prisión a cielo abierto, cuyas llaves permanecen en manos israelíes. La franja es un territorio que nadie quiere y para el cual el autogobierno es el último tren.
Gennaro Carotenuto
La consulta a un atlas es suficiente para comprender los motivos básicos de la desesperación en la Franja de Gaza. Colocada en las orillas del Mediterráneo en el extremo suroeste de Israel, corre a lo largo de 40 quilómetros hasta la frontera con Egipto alejándose del mar menos de diez quilómetros, y en muchos puntos no más de seis, en un total de 374 quilómetros cuadrados. Según datos de enero de 2005, se agolpan ahí 1.397.000 palestinos, las dos terceras partes refugiados llegados a Gaza tras una u otra derrota. Gaza es hoy un hervidero de desesperación, un hormiguero humano con una economía inexistente, un gallinero en el cual los israelíes esperan que exploten las contradicciones políticas palestinas entre los laicos de Al Fatah y los islamistas de Hamas.
El poeta inglés Thomas Stearns Eliot no pensaba en Gaza cuando escribió su obra más célebre, The waste land, tierra baldía o tierra desolada. Sin embargo hay pocos lugares en el mundo que se adapten mejor a la idea de desolación que la Franja de Gaza. Sólo los tres mayores campos de refugiados, Jabaliya, Rafah y Khan Yunis, suman casi 300 mil habitantes. Cuando se piensa en un campo de refugiados se imagina algo provisorio, con carpas, donde la desolación esté aliviada por la temporalidad de la condición y la esperanza en un futuro distinto.
Hay un motivo gráfico y artístico que identifica los campos de refugiados palestinos. Decenas de murales representan llaves, secuencias de llaves, miles de llaves. Son las llaves de sus casas que, junto a inservibles documentos de propiedad, todavía guardan. Fueron víctimas de limpiezas étnicas o derrotas militares que sufrieron padres, abuelos y bisabuelos a lo largo de décadas, en un conflicto que siempre ganan los mismos. Los derrotados quedaron encerrados en la espera ?en el sueño? de que al menos una de las muchas resoluciones de las Naciones Unidas que condenan a Israel fuera respetada. La paradoja es que ahora que Israel restituye lo que nunca fue suyo, la indefendible ocupación de Gaza, pasa como una concesión, un regalo, un sacrificio, y no como el cumplimiento de una obligación. Agradecer a Ariel Sharon es lo que se pide y lo que está en el centro del debate, olvidando la historia no oficial de Gaza y de todos los territorios ocupados ilegalmente por Israel.
En los campos de refugiados ?en Gaza, en Cisjordania y en los países limítrofes, Egipto, Jordania, Líbano? hace décadas que lo provisorio se hizo permanente. Las carpas han dejado lugar a enormes favelas que remontan cuestas y basureros, entre inextricables enredos de cables eléctricos. Riachuelos fétidos sustituyen alcantarillados en aquellos espacios angostos donde las casas crecieron sin reglas, torcidas, irregulares, con formas que desafían las leyes de la física, elevándose hasta uno, dos, tres, cuatro o más pisos ?cada uno distinto de los que los preceden y en los que se apoyan? a medida que la gran familia de la desesperación aumentaba. Gaza crece a una tasa anual del 6,6 por ciento. Crece con sus niños y jóvenes sin futuro. Tres de cada cuatro habitantes tienen menos de 30 años, el desempleo oficial está situado en un escandaloso 70 por ciento y el 75 por ciento de la población vive con menos de dos dólares al día.
En las calles ?tanto en Gaza como en Cisjordania? estás rodeado de niños con las mismas ganas de vivir de todos los niños del mundo. La normalidad puede sorprenderte cuando, a la vuelta de la esquina, descubres una pintada que en lugar de llamar a la Intifada o representar las tragedias de los palestinos, grita simplemente: ?Viva Maradona?. A la espera de que un equipo de Palestina clasifique para un mundial, el 16 por ciento de aquellos niños está desnutrido y el 38 por ciento sufre anemia. De la unrwa, la agencia de la onu para los refugiados, depende la vida de 650 mil personas que no tienen otro sustento.
NADIE QUIERE LA FRANJA. Gaza es el punto álgido de la crisis de los 4 millones de palestinos de los territorios ?otros tantos están en la diáspora?, el 86 por ciento de los cuales depende de la ayuda alimentaria internacional. La salida de los colonos ?apenas el 3 por ciento del total de la población de la franja? y la entrega a la Autoridad Nacional Palestina prevista para el próximo 3 de octubre no modifican el cerco en el cual viven sus habitantes. Gaza sigue siendo una prisión. No hay acuerdo para reabrir el aeropuerto al cual volvió triunfalmente Yasser Arafat en 1994, después del largo exilio. Los pescadores tienen un rinconcito de mar para pescar, siempre y cuando las autoridades israelíes les concedan permiso. Hasta Condoleezza Rice pidió más concesiones a Ariel Sharon y habló explícitamente de la indispensable ruta para conectar Gaza con Cisjordania. Por ahora las únicas dos puertas de la franja siguen siendo el paso de Erez, que probablemente es el check-point más controlado del mundo, y la frontera con Egipto en Rafah, cuyo control se reservan los israelíes.
No es la primera vez que Israel intenta liberarse del ?problema Gaza?. Siempre fue percibida como un problema, más que como una parte inviolable de Israel. Más allá del extremismo de los colonos, el viernes 19 Sharon, en respuesta a Rice, confirmó que una cosa es Gaza y otra Cisjordania. Ahí la colonización se fortalecerá especialmente con la extensión de lo que Israel considera el cinturón urbano de Jerusalén.
Desde 1949 hasta la derrota militar de 1967, Gaza había estado bajo administración egipcia. En 1978 el entonces primer ministro Menahem Begin intentó devolver Gaza a Egipto en el ámbito de los acuerdos que llevaron a la paz de Camp David. Anwar al Sadat, presidente egipcio asesinado por firmar aquella paz que reconoció al Estado hebreo, agradeció pero rechazó el ofrecimiento. Demasiados líos había causado Gaza a los egipcios, cuando en los años cincuenta desde la franja se lanzaban las acciones de los fedayn. Gamal Abdel Nasser, presidente egipcio, paladín del panarabismo y uno de los grandes líderes del movimiento de los no alineados, sostenía la resistencia palestina ?hasta jugarse su reino con la guerra de 1967? pero las acciones que partían desde Gaza exponían a Egipto a las represalias del ejército israelí.
En Gaza nació Hamas en 1987, donde hoy concentra sus principales fuerzas. Hamas nace como sección palestina de los Hermanos Musulmanes, el partido religioso egipcio que pasó sus 80 años de historia casi siempre en la ilegalidad. Se insertó en un contexto fecundo y combina la acción armada con dos rubros igualmente importantes: funciona como oposición de Fatah a la que denuncia por corrupción, y gestiona fondos a través de organizaciones caritativas que son indispensables para aliviar la desesperación de la población. La presencia de Hamas se hunde en el tejido social de Gaza y su radicalización representa un hecho típico de las búsquedas identitarias en tiempos de crisis. En las elecciones palestinas que el presidente Abu Mazen anunció para enero, los sondeos le otorgan el 51 por ciento de los votos contra el 37 por ciento de Fatah.
Israel intentó liberarse de Gaza una segunda vez, cuando ya la cuestión de las colonias estaba en debate. En 1993, con los acuerdos de Oslo, Yitzhak Rabin ?que a causa de aquella paz fue asesinado? accedió a conceder que una limitada parte de Gaza pasara bajo control de la Autoridad Nacional Palestina.
Arafat retornó precisamente a Gaza en 1994. Es historia reciente. La ilusión se desvaneció en pocos meses y el estancamiento del proceso de paz llevó a la segunda Intifada a partir de setiembre de 2000. Los habitantes de Gaza pagan la rebeldía con el deterioro de sus condiciones de vida. Dos líderes de Hamas, Ahmed Yassin y Abdel Aziz Rantisi, fueron asesinados por los israelíes sin conseguir debilitar la organización en una franja que algunos han rebautizado ?Hamastán?. Ahora, con los colonos fuera, Gaza es la cancha donde la democracia palestina puede renacer o morir. Tanto Israel como Palestina marchan hacia elecciones difíciles donde los temores son tanto o más fuertes que las esperanzas.