La deslocalización golpea China. Hay empresas que se van para abaratar el costo del trabajo, la última ley del deseo del libre comercio. Cierran en Shenzen y abren en Corea del Norte, el estado canalla donde reina el monarca rojo Kim Il Jong. Ahí por P’yongyang a un obrero le dan unos 7 Euros por mes y es imaginable el pavor lujurioso de los teólogos de la religión neoliberal por haber llegado a la última frontera en menos de 30 años. Cuándo, al final del siglo XIX, Estados Unidos llegó a su frontera, al Océano Pacifico, no tuvo otra que construir un imperio. ¿Y ahora qué?