La Unión Europea enfrenta una crisis económica, política y social que pone en riesgo su existencia. Frente al repudio de la Constitución neoliberal por los pueblos de Holanda y Francia, el líder británico se quita la máscara de enemigo de cualquier integración política. Para Gran Bretaña ?y Estados Unidos? Europa sólo debe ser un área de libre comercio. Gennaro Carotenuto, Desde Roma
?Hay dos visiones de Europa enfrentadas. De un lado está la de Europa como mercado y nada más; del otro la de la unión política.? Así habla Jean-Claude Juncker, luxemburgués y presidente de turno de la Unión Europea, frente al fracaso rotundo de la cumbre de Bruselas. Y sigue: ?He sentido profunda vergüenza frente al egoísmo de los más ricos que quieren una Europa que sólo sea un área de libre comercio?. Son palabras insólitas y fuertes con las cuales Juncker se refiere abiertamente a Gran Bretaña, Holanda y los escandinavos. Sin embargo, la sensación de vergüenza debe extenderse a la mediocridad de todas las elites políticas continentales.
La cumbre debía decidir sobre el presupuesto de la Unión para el período 2007-2013, el contexto donde se decide qué tipo de interdependencia económica habrá entre los 25 países en los próximos años. Fueron 36 horas de tratativas al final de las cuales cualquier tipo de compromiso resultó imposible frente al irreductible ?no? de Tony Blair, del holandés Jan Peter Balkenende, del sueco Goran Persson, del finés Matti Vanhanen y del español José Luis Rodríguez Zapatero.
LA DEBILIDAD FRANCOALEMANA. El presupuesto fue la arena de combate en la cual salieron a luz diferencias que los rituales europeístas habían escondido durante décadas. En este mismo contexto, en el lejanísimo 1984, Margareth Thatcher obtuvo un descuento de dos tercios sobre la contribución británica, una manera más de ese país de estar con un pie dentro y otro fuera. Hoy Tony Blair, que emerge al mismo tiempo como hombre fuerte y caníbal de Europa, se blinda en defensa de este descuento sin aceptar ni siquiera una reducción. Para defenderlo ?hablamos de 5.300 millones de euros por año? el líder británico apuntó el dedo contra la Francia de Jacques Chirac. Los dos nunca se ahorran abiertos insultos, y el mecanismo de la Política Agraria Común (pac) que favorece a Francia está en la mira británica. Aunque sea criticable, la pac es el carísimo edificio que impide la ruina completa del agro europeo frente al proteccionismo estadounidense y a la mayor competitividad en términos de costos del Tercer Mundo. A este rubro la ue destina el 40 por ciento de su presupuesto y Francia es la mayor beneficiaria. Blair sostiene que la agricultura es el pasado y que estos fondos son siete veces más de los que Europa destina a investigación y desarrollo tecnológico, el futuro.
Blair tiene muchas cartas por jugar y un proyecto claro frente a sus opositores que ?paso a paso? reducen la supuesta Europa solidaria a la defensa de las rentas agrarias del campesinado francés. Una de las paradojas es que el 70 por ciento de los campesinos votó contra la Constitución. El eje franco-alemán sobre el cual se ha construido la idea de una Europa solidaria que camine hacia la integración política se ha presentado en Bruselas más débil que nunca. Tanto Gerhard Schröder como Chirac pronto serán sustituidos, posiblemente por Angela Merkel el primero y por Nicolás Sarkozy, el segundo. Los dos probables herederos son más neoliberales y más filoestadounidenses que sus predecesores y no consideran el eje franco-alemán como el corazón de la Unión. Serán dos aliados más para un proyecto, el de Blair, que desde el 1 de julio será el presidente de turno de la Unión. Aquél incluye la reforma neoliberal del mercado de trabajo, la reducción de subvenciones públicas, la total liberalización energética y la creación de un único mercado financiero transatlántico. Además querrá imponer la ?directiva Bolkestein? para la liberalización de los servicios que hoy constituyen el 70 por ciento del producto bruto europeo. Para Tony Blair, teóricamente socialista, todos estos cambios neoliberales son indispensables para rejuvenecer a Europa y adaptarla al mundo en que vivimos.
LA CRISIS POLÍTICA. Después del ?no? de los electores de Francia y Holanda a la Constitución Europea, hubiese sido necesaria otra estatura política para recobrar la fuerza del proyecto de integración. Sin embargo ha quedado claro que la pugna entre la defensa de privilegios y la imposición del neoliberalismo destruye a una Europa que no tiene ninguna agenda alternativa real. La crisis económica actual, hija de la globalización neoliberal, exalta los egoísmos y reduce los márgenes de maniobra. Se asfixia así la peculiaridad de 50 años de Europa, aquellos ?fondos de cohesión? que durante décadas las regiones más ricas han volcado a las más pobres para reducir las diferencias y armonizar un continente que soñaba con ser un solo país. La nueva Europa del este, que contaba con estos fondos, entra en la Unión y sólo encuentra una caja vacía. La paradoja ?una más? es que estos mismos países que hoy salen decepcionados han construido al pie de la letra sistemas ortodoxamente neoliberales a la espera de poder acceder a una herramienta tan keynesiana como los fondos de cohesión que, mientras tanto, bajo los golpes del neoliberalismo se iban marchitando.
Las izquierdas no tienen otra idea de Europa que la conservación del Estado de bienestar. Es una línea de resistencia noble. Sin embargo es una línea difícilmente defendible frente al asalto neoliberal si no está apoyada por la artillería de un proyecto incluyente de construcción de una Europa política, posiblemente solidaria. Las derechas navegan sin ningún otro rumbo que contener una crisis de ideas que el dogmatismo neoliberal no puede ocultar. Durante medio siglo han sostenido que la Europa política se construye a partir de los mercados. Ahora, con un mercado común coherente de 450 millones de individuos, descubren que la ?¿imprevisible?? avalancha china hace inútil la construcción de un mercado interno continental. Los dogmas sirven de espejismos. George W Bush pone tranquilamente aranceles y Europa abre los brazos desconsolada. ¿Quién puede competir con el aluvión de productos chinos baratos que en lo que va del año, en algunos sectores, han aumentado sus exportaciones a Europa hasta el 1.700 por ciento? Ni siquiera el Este, Polonia, Hungría, donde las empresas del Oeste se han deslocalizado desde la caída del muro de Berlín. Las derechas ?incluyendo en este recuento a todos los centroizquierdistas reformados? habían intentado imponer el neoliberalismo con el blindaje de una carta constitucional. Era un compromiso, malo en muchos puntos, pero que superaba la necesidad de la unanimidad en las decisiones, viable en la Europa del Tratado de Roma, con apenas seis naciones, y absolutamente inviable hoy día, donde el veto de Malta, el más chico de los 25, puede bloquear a todo un continente. Los europeístas, los de izquierda y los de derecha, habían apostado a que un camino lento era mejor que la parálisis y que una pésima Constitución era mejor que ninguna Constitución. Sin embargo hoy Europa queda sin Constitución, sin presupuesto, sin ideas ni política. Es otra Waterloo, 190 años después. Europa es Napoleón, y Tony Blair es otro Wellington.