Uno los mira inocentemente con el termo bajo el brazo, cebando sin necesidad de cambiar de lugar el termo, paseando mansos por la rambla o en la tribuna del estadio, y no están haciendo otra cosa que drogarse.
Desde el hacendado patricio de rancio abolengo que toma su mate mañanero con bombilla de plata, hasta el militante político de izquierda que lleva la matera llena de calcomanías partidarias o la cara del actual presidente de la República pirograbada en el cuero.
Sé que es difícil aceptarlo, pero el mate no es otra cosa que una droga. Una droga que es casi una señal de identidad uruguaya.
Estos drogadictos compulsivos no paran casi nunca de chupar la bombilla, ni cuando viajan en ómnibus, ni cuando atienden al público en una oficina pública, ni en la sala de sesiones del Parlamento. Todo lugar y todo momento son buenos para cebarse un matecito y para preocuparse por calentar el agua para el termo y hacer un alto en las duras tareas cotidianas.
De esa necesidad de agua caliente permanente surge el original invento uruguayo del sun, que es una resistencia capaz de introducirse por la boca del termo y hacer el milagro de calentar el agua para el mate con la sola ayuda de un enchufe.
Esta droga social del mate merece ser combatida con la misma fuerza que el cigarrillo, ya que genera grandes gastos al Estado en energía, y sobre todo en fuerza productiva, ya que cuando se matea no se trabaja y los drogadictos siempre encuentran un momento propicio para detener la labor y cebarse un matecito.
Lo único que la justificaría como droga es que algunos que tienen poco que comer la usan para, como se dice vulgarmente, ?engañar el estómago?.
De todas formas me atrevo a formular desde aquí mi guerra sin cuartel al querido mate.