Los burócratas neoliberales coparon la construcción europea e intentaron imponer por decreto la destrucción de la solidaridad social. Los ciudadanos franceses y holandeses tuvieron la oportunidad de decir que otra Europa es posible. Sin embargo hasta ahora quien gana el partido es George W Bush. Gennaro Carotenuto Desde Roma
Los franceses y los holandeses tuvieron la posibilidad de decir lo que los alemanes, los italianos y varios otros pueblos de Europa no pudieron: ?¡Europa será democrática o no será!?. La mayoría de los ciudadanos de estos dos países rechazaron una carta constitucional europea que percibieron lejana de sus exigencias y preocupaciones. Para entrar en vigor, la carta deberá ser aprobada por 21 de los 25 estados que conforman la Unión y que, según las leyes nacionales de cada país, están ratificándola por vía parlamentaria o por referéndum popular. Sin embargo, al No holandés y francés se espera que se sumen los de los pueblos de Luxemburgo, Portugal, Gran Bretaña, República Checa y Polonia, que votarán en los próximos meses y donde ahora el No toma nuevo vigor. Si es así, es razonable pensar que el proyecto de Constitución Europea firmado en Roma en el otoño ?boreal? pasado, terminará en un aborto.
Aprendices de brujos como el dinosaurio derechista Valéry Giscard d’Estaing intentaron jugar sucio e imponer una carta necesaria pero irreductiblemente neoliberal. Procuraron fotografiar la historia en el momento de máxima debilidad del movimiento obrero y popular y del trabajo, e imponer los dogmas de las privatizaciones, de la deslocalización y de la trasnacionalización de los marcos legislativos laborales y sindicales para favorecer a las empresas contra los trabajadores. La Carta es hija del intento de conciliar dos visiones inconciliables de Europa. De un lado la anglosajona, compartida hoy por algunos países de la ex Europa Oriental para los cuales la Unión Europea es nada más que un espacio de libre comercio funcional al sistema euroccidental. Es la Europa liviana pero expansionista que mira sin recelo a Rusia, no tiene problemas con el ingreso de Turquía y no pide a nadie patente de respeto de los derechos humanos. Es una Europa que no tiene por qué defender los estados de bienestar porque cree en la competitividad. Es la ?nueva Europa? a la cual miraba el neoconservador estadounidense Donald Rumsfeld.
La mayoría de los habitantes de la Unión, no sólo los franceses, temen a esta visión. La temen aunque buena parte de los políticos europeos sufren su fuerza centrípeta. Es ejemplarizante que en los países que aprobaron la Constitución por voto parlamentario, una amplísima mayoría de diputados, tanto de centroderecha como de centroizquierda, dieron su voto favorable, mientras en los países donde se va a referéndum popular la Carta no pasa.
Por otro lado, hay una Europa nacida del corazón franco-alemán que se siente una entidad geopolítica. Es una Europa de fronteras y culturas comunes donde la cohesión social es un valor fundador. Es la Europa-nación en la cual se mira una parte de los progresistas franceses que votaron No con un argumento para nada distante del ?mejor esta Constitución que nada? esgrimida por otra parte de los progresistas que se pronunciaron por el Sí. La Carta quiso conciliar las dos almas: haciendo concesiones a la Europa social pero afirmando la intocabilidad del neoliberalismo. Es una contradicción de la cual Europa deberá salir para volverse adulta.
No hay dudas de que la crisis abierta el domingo con el voto francés y profundizada el miércoles con el holandés es una de las más graves en 50 años de construcción comunitaria. Y es una crisis que nadie sabe hasta dónde llegará, ni los que ganaron ni los que perdieron la pulseada entre Sí y No. Han pasado apenas siete meses desde que en Roma 25 jefes de gobierno firmaron la Carta, presentándola a cientos de millones de europeos como el sol del porvenir. Ahora el No bloquea el proceso de integración neoliberal sin poder rechazar la realidad histórica de la interdependencia de las 25 economías, la moneda única y la necesidad de un bloque continental que pueda enfrentarse a la globalización neoliberal. Y esta es la gran duda que agita al frente del No: ¿repudiar una Constitución neoliberal no privará a Europa de una herramienta fundamental para defenderse del propio neoliberalismo? Es una realidad histórica con la cual tanto los Sí como los No deberán seguir enfrentándose.
¡HASTA LA DERROTA SIEMPRE! Los euroburócratas ahora hacen como si nada hubiera pasado. Desde el presidente de la comisión, el portugués José Durão Barroso, hasta el ?ministro? de Exteriores y Defensa, Javier Solanas, todos minimizan y quieren seguir adelante. Es necesario, es razonable, es el único camino, afirman como si fueran Dolores Ibárruri, la Pasionaria de la guerra civil española. Jefes de gobierno progresistas como Rodríguez Zapatero o conservadores como el belga Verhofstadt, están convencidos de que hay que seguir adelante. Los mercados, los banqueros, se muestran preocupados. Jean Claude Trichet, el presidente del Banco Central europeo, pone cara de circunstancia: ?El momento es difícil pero Europa sabrá salir adelante?. La cotización del euro en previsión del No francés ha pasado de 1,30 a 1,25 dólares.
¿Qué hay en común entre Solanas y Trichet, Durão Barroso y Trichet? Simplemente que nadie los eligió. El rey está desnudo y los franceses tuvieron la posibilidad de descubrir un juego que intentaba imponer el neoliberalismo donde los europeos, por lo menos los franceses, consideran a Europa como una herramienta para defenderse de esta misma plaga bíblica. Sin embargo, los próximos meses ?o años? difícilmente ofrecerán un vencedor de la contienda. Uno de los máximos argumentos de los que se oponen es que el rechazo a la Carta representa el inicio de una renegociación en búsqueda de la construcción de una Europa más social. Es una ilusión al límite de la realidad, ya que el poder de los no elegidos ?y los elegidos no resultan tan distintos? como en todas las grandes organizaciones internacionales, incluidos la OMC y el FMI, es inmenso.
AUSENCIA DE DEMOCRACIA. El medievalista Jacques Le Goff, uno de los mayores intelectuales contemporáneos, votó en favor del Sí. Sus sentimientos ahora son de aflicción, tristeza e inquietud. ?Mi Sí no era entusiasta. Esta no era la Constitución europea progresista que hubiese soñado pero era lo mejor posible en este contexto.? El historiador francés considera ?con alguna razón? que el frente del No no expresa ninguna mayoría alternativa. ?Hay un No soberanista, chovinista y xenófobo representado por el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen. A éste se suman varios No de izquierda. Hay un No, que podemos definir de un soberanismo de izquierda, otro que es de la extrema izquierda ?que en Francia suma más del 10 por ciento con dos fuertes partidos trotsquistas? y otro calculado y demagógico de líderes del Partido Socialista como Laurent Fabius.? Muchos No distintos que tendrán como consecuencia la parálisis del proyecto de construcción europea. Sin embargo Le Goff ve al menos una consecuencia positiva en el No: ?Muchos franceses han percibido y expresado su rechazo a una construcción elitista. Las instituciones comunitarias, y especialmente la comisión, no supieron ?o no quisieron? hacerse percibir como democráticas. Así que del No podría nacer una Unión más representativa donde tenga más poder el Parlamento ?elegido democráticamente? y menos la comisión, nombrada por los gobiernos. Mientras tanto no sé qué pasará?.
CHAMPÁN FRANCÉS PARA BUSH. Primero fue la derrota de Gerhard Schröder en Renania; luego el fracaso en el referéndum de Jacques Chirac. Es el plato frío de una revancha que George W Bush está consumando contra los líderes de los dos mayores países que se opusieron a la agresión contra Irak. Más: si Schröder en setiembre cediera la cancillería a Angela Merkel, se ampliará la coalición de la nueva Europa, que incluye a los países orientales aparentemente entusiastas del capitalismo salvaje. Estos equilibrios políticos harán imposible el sueño de los que votaron No: una nueva redacción progresista de la Constitución. Pero esta Constitución, así como otra posible versión edulcorada, con sus 480 páginas de puntualizaciones que impiden una seria cesión de poderes a organismos comunes ?como lo impuso la Gran Bretaña de Tony Blair?, hace temer que en el futuro pueda existir una Europa cada vez menos influyente en el contexto mundial. El euro sobrevivirá como simulacro de una Europa-nación. La Constitución neoliberal de una Europa necesaria, y el repudio a ésta de parte de quien más necesita una Europa unida, podrían ser la entrada en un callejón sin salida.