El domingo los franceses están convocados a un referéndum sobre la Constitución Europea. La ultraderecha y gran parte de la izquierda llaman al No para repudiar el llamado capitalismo anglosajón. Sin embargo un retraso en el proceso de integración favorecería este tipo de capitalismo. Gennaro Carotenuto
l resultado final del referéndum es imprevisible. Probablemente será decidido por un puñado de votos, toda vez que un francés cada cuatro, a pocas horas de la apertura de las mesas, todavía no ha decidido qué votar. Los sondeos vaticinan una ventaja para uno de los dos frentes pero se mueven entre decimales y sólo algunos ven los No trepar hasta el 52 o 53 por ciento de los votos.
La aprobación de la llamada Constitución Europea ?en realidad un tratado entre 25 naciones? está marcando el año 2005 en Europa. Donde los parlamentos son los encargados de ratificar el tratado, los índices de aprobación están entre el 80 y el 90 por ciento. Donde se desarrollan plebiscitos populares, como en Francia, pero también en Holanda donde se vota el miércoles 1 de junio, la suerte del tratado está en riesgo. En todos los medios de comunicación y en todo el continente desfiles de políticos y opinólogos reivindican que la aprobación del tratado es ineludible.
Redactado por una comisión presidida por el dinosaurio de la derecha francesa Valery Giscard d’Estaing, el tratado enumera una serie de principios, pero impone por decreto el neoliberalismo como sistema económico en el continente. En los últimos meses el debate en el país se hizo ríspido y hubo mucha participación. El pensamiento único de toda la intelectualidad liberal y reformista evaluaba como preponderante la necesidad de un tratado perfectible pero que fuera igualmente un paso adelante en la construcción de Europa. El otro campo se ha ido formando y fortaleciendo ?el que el domingo votará No?, al menos en parte se reivindica como europeísta, pero entendiendo por ello la construcción de una Europa social y solidaria. A este campo se han sumando los votos de la ultraderecha del Frente Nacional de Jean Marie Le Pen. Asumiendo así como propios los argumentos soberanistas, aunque aplicándolos no en un sentido nacionalista sino de defensa del Estado social.
Si la izquierda radical, desde los comunistas a los trotskistas, se ha encontrado relativamente ?aunque no totalmente? compacta en contra del tratado, la división más neta atraviesa al Partido Socialista. La entidad creada por François Mitterrand al inicio de los ochenta aparece dividida en dos. Ex jefes de gobierno como Laurent Fabius están en contra mientras otros, entre ellos Lionel Jospin, se pronuncian a favor. François Hollande, secretario del partido, pide que se dejen de lado ?¿por ahora o para siempre?? las reivindicaciones sociales tradicionales del electorado socialista, sacrificándolas a la necesidad de la construcción europea. Las consecuencias de este debate se concretan en un país dividido más allá de las pertenencias políticas. A favor se pronuncian los mayores de 65 y los menores de 24. A éstos se suman empresarios, profesionales y muchos intelectuales que ven en la construcción europea la última carta para defenderse de la penetración estadounidense. En contra se encuentran los trabajadores asalariados, obreros y funcionarios, que en estos años han visto fracasar a Europa en la idea de que sea un muro de contención contra las deslocalizaciones, el desempleo y el ataque al Estado de bienestar y a los derechos adquiridos en las décadas pasadas.
EL ?NO? ES UN SALTO AL VACÍO. Es uno de los mayores argumentos de los promotores de la ratificación del tratado constitucional. Y no hay una ruta establecida para este caso. Algunos de entre los mayores euroburócratas han intentado esparcir terrorismo llamando a la exclusión de todas las estructuras comunitarias a los países que no aprueben la Constitución. Sin embargo, en caso de triunfar el No quedaría en vigor el antiguo tratado de Niza del cual el actual pretende ser una versión mejorada. En un país como Francia es difícil ser totalmente liberal, ya que también la derecha reivindica el papel del Estado como característica del capitalismo nacional en contraposición al neoliberalismo anglosajón. Jacques Chirac, que está usando todo su peso político para la aprobación del tratado, y que podría ser el principal derrotado en caso de fracasar, es el mismo Chirac que ha lanzado una campaña contra las ?normas Bolkestein?, una suerte de alca europeo que establece que en temas de conflictos laborales las multinacionales que trabajan en el continente pueden elegir las leyes más favorables a sus intereses, aunque éstas no sean las leyes del país donde el conflicto se desarrolla.