Los números del funeral de Juan Pablo II son únicos por atraer personas desde afuera del país donde se realizan. Sin embargo el siglo XX vio más de un funeral memorable. A Teherán, en 1989, alrededor de cinco millones de personas saludaron el padre de la revolución islámica, el Ayatolá Komeiní. Las crónicas hablan de ocho muertos y 10.000 heridos. Mucho más dramáticos fueron los funerales de Stalin en Moscú, 1953, cuando casi 500 personas murieron aplastadas entre unas masas evaluadas en más de un millón. Más tranquilos fueron los funerales de Ghandi en 1948 y de Enrico Berlinguer, el amadísimo secretario del Partido Comunista Italiano, en Roma, en 1984. Juntaron un millón de personas y el mismo número se calcula que rindió homenaje durante ocho días a la salma de Mao Tse Tung en 1976 mientras el 25 de noviembre de 1963, 800.000 personas participaron a las exequias de John F. Kennedy en Washington. Un número incalculable despidieron en Buenos Aires a Eva y un cuarto de siglo después a Juan Domingo Perón. Tomás Eloy Martínez termina su biografía con doña Luísa, todo un simbulo del pueblo peronista, que le grita al féretro: “Resucitá machito! ¿Qué te cuesta?”