La masacre de la Universidad de Bagdad, que dejó un saldo de 105 muertos, se ensañó contra las estudiantes. Es el último oprobio de una guerra civil con geometrías variables. Para la onu, en 2006 hubo 34.452 civiles muertos, diez veces más que las víctimas de las Torres Gemelas.
El secuestro de cinco diplomáticos iraníes por cuerpos especiales estadounidenses rompe la extraña alianza en el campo iraquí entre Irán y Estados Unidos
Gennaro Carotenuto desde Roma
Ciudad vieja de Bagdad, Universidad de Al Mustansiriyah, cuatro de la tarde del martes 16. Por la puerta principal de uno de los más antiguos edificios de la ciudad, controlado como todos los edificios públicos por los milicianos chiitas de Moqtada al Sadr, van saliendo los estudiantes. Las chicas se quedan en la puerta, esperando algún familiar con auto que las recoja. Es peligroso para una muchacha andar sola en Bagdad. Serán ellas, las chicas, la gran mayoría de los 105 muertos y alrededor de 170 heridos de la más sangrienta masacre del día en la ciudad. Desde 2003, desde la entrada de los ocupantes al país, es muy peligroso estudiar y ser docente en Irak. Son cientos los docentes universitarios e intelectuales caídos en estos años. Otros miles se refugiaron en el exterior perfilando un verdadero vaciamiento de la conciencia crítica del país y de la capacidad de educar a los jóvenes, especialmente a las mujeres, que se están replegando día a día hacia sus hogares.
La masacre de la universidad ha sido un episodio más de violencia de un día cualquiera en Irak. Al atardecer, sólo en la capital se contarán más de 170 muertos. A primeras horas de la mañana una bomba mató a cuatro chiitas. Dos horas después, en el barrio Khaliani, en la puerta de una mezquita sunita se han contado 15 muertos y 70 heridos. Cuando se habla de heridos, se habla de mutilados, piernas, brazos, ojos que saltan y que pesarán durante décadas sobre las familias y la sociedad iraquí. Minutos después, otra bomba mató a seis personas e hirió a 11 en Sadr City, el principal barrio chiita, con más de un millón de habitantes. El horror poco después tocó el timbre en la periferia norte. Ahí un grupo armado acribilló durante varios minutos a los transeúntes. Al final de la matanza quedó una decena de muertos. Todo esto pasó antes de la masacre de las chicas en la Universidad de Al Mustansiriyah, ciudad vieja de Bagdad, cuatro de la tarde de un día cualquiera.
Un día cualquiera en el cual las Naciones Unidas difundieron sus estimaciones sobre el número de víctimas civiles no combatientes para el año 2006. Son 34.452 y la curva mensual perfila un 2007 aun más sangriento. Si el promedio general era de 94 muertos por día, en los últimos cuatro meses trepó a unos 112 por día contra los 86 de los ocho meses anteriores. A estos números hay que sumarles, según la misma onu, 36 mil heridos. Son estimaciones prudentes y se refieren sólo a las muertes que se pudieron constatar. No calculan las miles de víctimas no censadas y las decenas de miles de desaparecidos víctimas de los escuadrones de la muerte y sepultados en alguna fosa común. Decir que el número de civiles asesinados en 2006 es el doble o triple y que puede llegar a los 100 mil, no es descabellado. Y las estimaciones de algunos, que hablan de 650 mil civiles muertos en cuatro años, ojalá sigan siendo exageradas…
QUIÉN MATA A QUIÉN. El informe de la onu acusa al gobierno iraquí, la coalición chiita-kurda que triunfó en las elecciones de diciembre de 2005. La paradoja es que tanto Estados Unidos como Irán, acérrimos enemigos, han apoyado a este gobierno pensando ser más listo el uno que el otro. El gobierno, por su parte, ha actuado desde el inicio, y sigue actuando, como una milicia sectaria más, como ha quedado en evidencia observando la ejecución del ex dictador Saddam Hussein. El reto de los invasores de crear una policía iraquí profesional e independiente ha fracasado. Estados Unidos, como admitía hace exactamente dos años el semanario Newsweek, ha preferido, antes que apoyar la creación de un Estado de derecho, fomentar la creación de escuadrones de la muerte integrados por policías y por los más extremistas entre los chiitas, para que sofocaran la resistencia sunita. Este fracaso es el fruto de la presencia de John Negroponte, que exportó a Irak los métodos que utilizó en Centroamérica.
Esta es la primera causa de la violencia desatada después de la farsa electoral que excluyó del poder a la tercera parte del país –la sunita–, mientras los estadounidenses aceptaron la lógica de las venganzas infinitas de la comunidad chiita, ahora en el poder, contra los sunitas. “Sin un significativo progreso del poder de la ley, la violencia sectaria está destinada a seguir aumentando en una espiral sin control”, afirman las Naciones Unidas. Frente a la insostenibilidad de una guerra sin cuartel el cuadro se ha complicado. Los kurdos están operando una sistemática limpieza étnica contra los sunitas, especialmente violenta en la ciudad de Kirkuk, supuesta capital de un futuro Estado kurdo. En el centro del país, sobre todo en la capital, Bagdad, hay una verdadera guerra civil. Las zonas mestizas de la ciudad, donde operan codo a codo los ocupantes estadounidenses y las milicias gubernamentales, caen una a una en manos chiitas, y las áreas con mayoría de una de las dos partes ven limpiezas étnicas que arrojan a la calle cientos o miles de cadáveres, en algunas zonas son chiitas, en otras sunitas. Irán mientras tanto cobra dividendos fortaleciendo cada vez más su posición en el país.
La guerra civil va cambiando. Ya no hay una jihad, una guerra santa contra el invasor, sino varias guerras distintas. Bush ha pasado en pocas semanas de aplaudir al jefe del gobierno iraquí Al Maliki por la ejecución de Hussein, a declararse avergonzado por la manera en que fue ajusticiado el dictador. Tuvo que pasar casi un mes para que se diera cuenta de que la ejecución fue más venganza que justicia. En el medio está la toma de conciencia de que tanto el gobierno como Irán han utilizado el poderío militar estadounidense contra la comunidad sunita y que ésta percibió que no puede contra chiitas e invasores juntos. Sería indispensable, para Estados Unidos, mostrar que puede controlar la violencia sectaria de sus aliados chiitas para convencer a los sunitas de aislar a la resistencia armada, pero esto no cabe en la cabeza de un neoconservador.
SECUESTRO DE DIPLOMÁTICOS. La pasada semana en Erbil, en el norte, el secuestro de cinco diplomáticos iraníes por cuerpos especiales estadounidenses, dentro del consulado iraní, rompió la extraña alianza en suelo iraquí entre ambos países. Es una señal gravísima que responde a la lógica de la escalada pretendida por los neoconservadores y por Bush. La señal más grave es hacia el gobierno de Al Maliki, humillado por una acción que le recuerda la verdadera jerarquía colonial de quien manda. Estados Unidos no tiene ningún interés específico en las limpiezas étnicas y exige que se le ponga la mordaza a los sectores chiitas más extremos. Sin embargo, es difícil entender quién tiene más hilo para tejer. Abdel Aziz al Hakim, el más proiraní del gobierno iraquí, viajó recientemente a Washington,donde habría obtenido la creación de una entidad chiita en el sur (una semicolonia iraní), algo que inicialmente va contra los intereses de Estados Unidos. La señal del secuestro de los diplomáticos –que recuerda la de Teherán del 7 de abril de 1980 cuando diplomáticos estadounidenses fueron secuestrados por iraníes– ha llegado hasta Teherán y Damasco. Condoleezza Rice conectó el secuestro con “la elección de Siria e Irán de tener una postura desestabilizadora en Irak”. Pero también ha llegado al presidente kurdo de Irak, Jalal Talabani, que hasta ahora se ha beneficiado de la coalición, hizo entrenar a sus peshmerga por consejeros militares israelíes, pero sólo los utiliza para llevar a cabo su limpieza étnica y no colabora en el conflicto general.
La necesidad de los estadounidenses de equilibrar su posición entre los distintos actores no ha podido ser cubierta. Lo atestigua la sangrienta batalla por la reconquista de Bagdad que sólo en la pasada semana costó más de 200 muertos en la zona de la avenida Haifa, un barrio sunita cercano al centro de la ciudad en el cual los invasores colaboran abiertamente con los chiitas en la limpieza étnica. La zona ha sido repetidamente bombardeada por los F16 estadounidenses mientras las milicias gubernamentales la limpiaron matando al menos 60 personas que sacaron de sus casas. Fueron los choques más duros en la capital en los últimos dos años.