Después del 11 de setiembre de 2001, el presidente George W Bush prometió instaurar en Oriente Medio una era de paz, democracia y por supuesto libre comercio, que bautizó ?el Gran Oriente Medio?.
Contó a amigos y simpatizantes que era posible crear una extensa área de influencia estadounidense que nucleara el Mediterráneo israelopalestino, el Golfo Pérsico y llegara hasta Afganistán, en Asia central, a las puertas de los gigantes chino e indio. Para llegar a realizar el paraíso terrenal en las regiones bíblicas sólo había que extirpar la mala planta del terrorismo y mágicamente hubieran prosperado democracia y progreso. Era la versión american dream de la ?justicia infinita?.
A los críticos que osaban considerar como irrealizable este plan se los acusaba de ser amigos de terroristas y dictadores. Y así se cerraba el discurso. Desde los cincuenta, en clave antisoviética, Estados Unidos apoyó gobiernos títeres y combatió los nacionalismos y todo lo que tenía un pálido tinte progresista, como a Muamadh Mossadeq en Irán o Gamal Abdel Nasser en Egipto. Ello le impidió entender el nacimiento y la extensión del islamismo, con el cual siguieron coqueteando, desde Afganistán y la guerra civil argelina hasta la estratégica relación con la monarquía wahabita de Arabia Saudí. La estrella polar de la política medioriental estadounidense ha sido siempre el control de los recursos energéticos y el respaldo incondicional al aliado israelí.
Los bombardeos al Líbano ?desde Tiro en el sur hasta Trípoli, cerca de la frontera turca en el norte? por parte del ejército israelí muestran cómo la política lanzada tras el 11 de setiembre resultó un fracaso histórico para Estados Unidos. Aun hace un año, tras el homicidio del ex primer ministro libanés Raifk Hariri, probablemente por los servicios sirios, se vendía a la revolución libanesa como la consolidación de una segunda democracia representativa en la región junto a Israel. Ahora, sobre las cabezas de aquel mismo millón de libaneses que pedían democracia hace un año llueven las bombas de la única democracia de la región.
La prensa y las cancillerías occidentales mintieron. No habría democracia en Líbano mientras el Estado no tuviera la fuerza para desarmar a las milicias de Hizbollá. No habría democracia si se rechazaba negociar con más de un millón de chiitas representados ?guste o no? por el jeque Nasrallah. En Somalia, al margen y al mismo tiempo dentro de esta área, las cortes islámicas reemplazan el caos de los señores de la guerra respaldados desde la época de Bill Clinton por Estados Unidos. En Palestina, la loca política de desautorización de Fatah produjo no sólo la sospechosa muerte de Yasser Arafat, sino que colocó al pueblo palestino en los brazos de Hamas. Se quería una democracia, pero a israelíes y estadounidenses no les gustó el resultado de las elecciones. Demoliendo a Fatah y luego desautorizando a Hamas, cometieron un error más grave que el que cometió Francia en Argelia apoyando el golpe militar contra los islámicos moderados del fis que habían llegado al poder democráticamente.
Las dos guerras, la de Afganistán y la de Irak, produjeron de un lado un narcoestado fantasma, con un primer ministro, Hamid Karzai, que no es más que el alcalde de Kabul, mientras en Irak generaron enormes bases terroristas ?ahora sí? y una guerra civil endémica entre las comunidades sunita y chiita. En Irak se funden todos los errores estadounidenses. Irak fue creado artificialmente por Gran Bretaña para contrabalancear el peso específico de Irán en la región. Bush padre lo tenía claro. Bush hijo no consideró la experiencia paterna. Entregar el país a la mayoría chiita, lejos de representar una democratización significó la entrega geopolítica de Irak a Irán.
Así pudo surgir una cadena de mando que ofrece a Teherán aun más que un papel de potencia regional. Desde su punto de vista es natural que Teherán, una gran potencia, aspire a tener armamento nuclear. El propio Ahmadinejad, el presidente extremista que trabaja para destruir a Israel, es un producto de aquel ?error? estadounidense. El Irán de los ayatolás, incluso en sus épocas de más diálogo, nunca mereció consideración de Estados Unidos. Y hoy desde Irán se mueven los hilos: sustenta al baazismo prudente del joven Bashar en Damasco, así como al aventurero Nasrallah con su Hizbollá en el sur de Líbano. El gobierno de Hamas en Ramallah es producto del extremismo conjunto de Ariel Sharon y George W Bush. El resultado de tantos errores es que ahora hay dos sujetos en el área que pueden ridiculizar las resoluciones de las Naciones Unidas. El primero es el de siempre, Israel. El segundo es este contexto radical islámico incontrolado. Y para evitar que los misiles Katyusha martiricen a Haifa, Israel ?que siempre se burló de las resoluciones que le exigían no martirizar a Cisjordania, y encontrar una forma de convivencia con sus a menudo desagradables vecinos? sólo puede recurrir a un uso desmesurado de la fuerza.
Así el gran Oriente Medio soñado por George Bush ha resultado pésimo estratégicamente para Estados Unidos y catastrófico para Israel. Estos diez días demostraron cómo, a pesar de poseer la bomba atómica, Israel tiene la menor capacidad de disuasión de su historia, al verse ?obligado? a destruir pedazo a pedazo un país cercano para castigar la captura de un par de sus soldados. El respaldo que a Olmert le brinda parte de la sociedad israelí no es señal de extremismo, sino de la desesperada impotencia a la cual ha llegado esta democracia.