En Italia la centroizquierda ganó la pulseada para elegir al presidente de la República e impuso un hombre del antiguo Partido Comunista. La oposición no lo votó, pero parte de ella lo aplaudió. Ahora Romano Prodi recibirá de sus manos el encargo de formar un nuevo gobierno en una situación más relajada, a pesar de la guerrilla política berlusconiana.
Gennaro Carotenuto desde Roma
Giorgio Napolitano, de 81 años, es el undécimo presidente de la República italiana. Es el tercer presidente nacido en Nápoles, después de Enrico de Nicola, en 1946, y Giovanni Leone en los setenta. Hizo toda su carrera en el Partido Comunista Italiano, del cual ha sido diputado desde 1953. Ha sido elegido el miércoles en el cuarto escrutinio –el primero con mayoría simple– con 543 votos de los 505 necesarios entre los 1.010 diputados, senadores y representantes regionales que la Constitución italiana considera “grandes electores”. Lo han votado los suyos, y un puñado mínimo de centristas que desobedecieron la orden perentoria de Silvio Berlusconi de votar en blanco.
Napolitano ha sido el líder histórico de la corriente de derecha del PCI, precozmente socialdemócrata y europeísta. Fue uno de los líderes que dibujaron el partido nuevo, los Demócratas de Izquierda (DS), después de la caída del muro de Berlín. En los noventa fue presidente de la cámara de diputados y ministro del Interior. En este cargo no se distinguió por democratizar una institución que era coto de caza de la derecha. Sin embargo es un hombre prestigioso, con una imagen sobria y un poco gris, apartado desde hace unos años del corazón de la batalla política. Sucede a Carlo Azeglio Ciampi, el presidente que tuvo que lidiar y contrabalancear los cinco años del gobierno de Berlusconi.
EL OTOÑO DE SILVIO. Berlusconi decidió transformar la vida política italiana en una guerra termonuclear. Durante todos los días de la campaña presidencial gritó contra el inadmisible complot comunista para ocupar las instituciones tras una victoria electoral que él nunca reconoció. Sin embargo su coalición muestra desmoronamientos preocupantes. Si bien apenas un puñado de sus aliados votó a Napolitano, éstos representan el ala izquierda del partido neodemocristiano de la UDC. Esta ala tiene cinco senadores que podrían pronto respaldar la ajustada mayoría de Romano Prodi. No es la única mala noticia para Berlusconi. Tanto la UDC como la derechista Alianza Nacional no votaron a Napolitano pero celebraron aplaudiendo su elección, toda una señal en el lenguaje críptico de la democracia italiana. Los dos partidos, UDC y an, no están para nada convencidos de entrar al búnquer de Berlín al cual Silvio Berlusconi parece querer reducir la vida política italiana. Quedan firmes sus “empleados”, los parlamentarios de Forza Italia, sus televisiones, que insistieron con la inconsistente imagen del comunista presidente, y la Liga Norte, que hasta declaró que no reconoce a Napolitano, un disparate inédito en 60 años de república.
Y AHORA ROMANO. El lunes Giorgio Napolitano saldrá a la colina del Quirinal, una de las siete que forman la Roma histórica, donde se levanta el palacio de los papas y luego de los reyes de Italia, y jurará como presidente. Su reto más inmediato será encargar a Romano Prodi la formación del gobierno. Lo más probable es que al final de la próxima semana Prodi pueda presentar la lista de ministros y buscar el voto de confianza, que por ahora obtendrá casi seguramente y que está previsto para la última semana de mayo. Los DS, después de obtener la presidencia de la República, dejan libres un par de cargos ministeriales, facilitando el trabajo de Prodi. Éste intentará formar el gobierno con el más alto perfil posible involucrando a jefes de partido, como Francesco Rutelli, Piero Fassino y especialmente Massimo D’Alema. Mejor que estén todos en la misma barca. El presidente de los DS, en principio candidato a la presidencia de la cámara y luego a la presidencia de la República, tuvo que dar dos veces un paso atrás. Ahora aspira al ministerio del Interior, y dejarlo fuera podría ser un riesgo para Prodi. El Partido de los Comunistas Italianos renunció a cargos políticos y optó por presentar exponentes prestigiosos de la sociedad civil. Entre ellos está el periodista Gianni Minà, que podría ser viceministro de Exteriores delegado para América Latina. Minà, de 68 años, es amigo personal de Fidel Castro, y Hugo Chávez, y Lula dormía en su casa cuando pasaba por Roma. De ser nombrado –hay muchas resistencias– sería un necesario giro de 180 grados en las pésimas relaciones entre la izquierda italiana y los gobiernos de izquierda latinoamericanos.