Se hizo reñida la contienda en el marco de las elecciones políticas del domingo en Italia. En un clima de tensión, Silvio Berlusconi se convirtió en protagonista de un “show” mediático de insultos y falsas promesas, pero difícilmente podrá volcar a su favor sondeos desfavorables.
Gennaro Carotenuto desde Roma
Érase una vez un señor elegante, con una sonrisa trucha pero ancha y mil promesas que comunicaban sueños, milagros y riqueza para todos. Ahora Silvio Berlusconi es un político iracundo que insulta a los electores “enemigos”, con un inédito e intolerable: “¡coglioni!” (boludos). Su competidor, Romano Prodi, jefe de gobierno de 1996 a 1998 y luego durante cinco años presidente de la Comisión Europea, es simplemente un “idiota” útil para los “comunistas” en vísperas de la toma del poder. Así todos los temas incómodos quedaron fuera de la campaña electoral: Europa, Irak, justicia, inmigración. El balance del gobierno es tangiblemente negativo: datos económicos pavorosos, crecimiento cero, endeudamiento del Estado, parámetros europeos que son saltados, investigación científica sin recursos, aumento de la pobreza y enriquecimiento de algunos, inflación, reformas fracasadas y todas a favor de sus negocios y para solucionar sus problemas con la justicia. Una centroizquierda muy cautelosa ha conducido una campaña electoral de bajo perfil, de la cual se deduce que, a pesar de un todavía evidente desnivel de decencia y honradez en las dos coaliciones, las recetas –especialmente en la economía– no son muy diferentes. Hoy día la centroizquierda italiana, por lo menos su parte mayoritaria, se acerca mucho a la línea del británico Tony Blair, y en el seno de ella el término “zapaterismo” –con referencia al primer ministro español, José Luis Rodríguez Zapatero– ha pasado a ser sinónimo de extremismo político.
Si en la primera fase de la campaña la Iglesia Católica marcó la agenda mostrando una clara predilección por la centroderecha, la fase final ha estado marcada por el tema de las tasas: Prodi querría aumentarlas –lo que lamentablemente no es cierto– y Berlusconi quiere seguir reduciéndolas.
LOS NÚMEROS DE LA CONTIENDA. Se vota con un nuevo sistema electoral, aprobado de apuro hace tres meses, por voto de confianza y con los solitarios apoyos de la mayoría de derecha. Dibujado para favorecer a Berlusconi o para entorpecer la gobernabilidad de la centroizquierda, ha sido definido como “una porquería” por el mismo defensor de la ley, el ex ministro de la Liga Norte Roberto Calderoli. Lleno de trampas, es un absurdo proporcional con listas bloqueadas y premios de mayoría con base regional. Fue diseñado para favorecer la necesidad de Berlusconi de personalizar la contienda haciendo desaparecer completamente a los candidatos locales. Éstos fueron nombrados previamente por las cúpulas de los partidos y de los 630 diputados y 315 senadores, alrededor del 90 por ciento de los candidatos en las mejores posiciones en las listas ya saben desde hace un mes que entrarán en el nuevo parlamento.
En Italia está prohibido difundir sondeos en los 15 días previos a las elecciones. Sin embargo éstos permanecieron extraordinariamente estables en los meses pasados. Las durísimas acusaciones de Berlusconi a la izquierda por querer aumentar los impuestos y su jugada del lunes –cuando propuso abolir las tasas sobre las viviendas (ici) utilizadas para financiar los servicios locales– podrían haber movido algo a su favor. Los últimos sondeos publicados daban una sensible ventaja a la centroizquierda con el 52 por ciento de los votos contra el 47 de la centroderecha. En estas condiciones los dos bloques lograrían respectivamente 340 y 277 diputados. Dentro de los dos bloques, la lista unitaria de los Democráticos de Izquierda –la parte mayoritaria y más moderada de los ex comunistas– y los democristianos progresistas estaría entre el 30 y el 33 por ciento de los votos. La medida del éxito de esta lista marcará la velocidad del camino hacia un partido único que podría llamarse Partido Democrático. A su lado están los aliados menores. Según tradición son muchos, y en su mayoría se reparten el electorado de “izquierda-izquierda”. La fuerza mayor de este sector, simpatizante del cual se define un italiano cada seis, es el Partido de la Refundación Comunista que obtendría entre el 6 y el 7 por ciento. Su secretario general, Fausto Bertinotti, al cual algunos siguen atribuyendo la culpa de la caída del primer gobierno de Prodi en 1998, dio muchos pasos para tranquilizar a los aliados y en algunos casos disgustar a los suyos. Entre éstos, a pesar de condenar la guerra, no hace ninguna concesión a la resistencia iraquí y, en una polémica entrevista, abjuró del concepto de “clase” en favor del de “persona”. Debería ser suficiente para garantizarle la presidencia de la Cámara de Diputados. Junto a Refundación Comunista se encuentran otras tres fuerzas que pesan cada una un 2 por ciento. Están los verdes, otro partido comunista, que se separó de Refundación en 1998 para quedar en el gobierno, y la lista del juez de Manos Limpias, Antonio di Pietro. Sin embargo es de la derecha de la centroizquierda de donde llega la novedad más interesante. Se trata de la coalición entre un sector del antiguo Partido Socialista y el Partido Radical. La Rosa en el Puño –este es el nombre y el símbolo de la lista– podría tener el 4 por ciento de los votos. Los radicales, aliados de Berlusconi en el año 2001, son un partido ultraliberal y filoestadounidense y han defendido todas las guerras de los últimos años. Sin embargo, frente a la aquiescencia del resto de la centroizquierda hacia el Vaticano, los radicales se hacen abanderados de la defensa de la laicidad del Estado.
En la centroderecha las cosas son más sencillas. Las listas principales son apenas cuatro, aunque hay dos listas menores abiertamente fascistas. Forza Italia, el partido que en 12 años jamás eligió ningún cargo ya que todos fueron nombrados por el “dueño” Silvio Berlusconi, podría perder uno de cada tres votos obtenidos en 2001 superando a duras penas el 20 por ciento. Se beneficiarán Alianza Nacional (an) a su derecha, y la Unión Demócrata Cristiana (udc) a su izquierda. Los primeros prevén rozar el 15 por ciento de los votos y los segundos superar el 5. No es mucho si se piensa que en los últimos dos años criticaron ásperamente el liderazgo de Berlusconi. Queda la Liga Norte. El partido más xenófobo de Europa –hace un mes fue expulsado de su grupo parlamentario en Estrasburgo por sus posiciones racistas– tiene su caldo de cultivo en el norte profundo donde gobierna muchas provincias, pero jamás logró exportar su discurso al resto del país. La eventual derrota de Berlusconi, después de una trágica experiencia de gobierno para la Liga, desatará una inmediata campaña secesionista y de odio contra Italia, el Estado de bienestar y los inmigrantes. No esperan otra cosa, y para un gobierno de centroizquierda será un problema grave.