Kadima ganó unas elecciones en las que triunfó la abstención. Ehud Olmert sucede a Ariel Sharon y gobernará con la centroizquierda tras difíciles pactos con varios partidos menores. Se hunde el Likud, pero triunfa la ultraderecha rusófona.
Gennaro Carotenuto desde Roma
Ehud Olmert ha triunfado en las elecciones israelíes del martes, y seguirá siendo jefe de gobierno. Pero lo será por primera vez, ya que hasta ahora había seguido sentándose a la derecha de la poltrona vacía de Ariel Sharon. La era pos Sharon puede empezar de verdad. Sin embargo ha sido un triunfo amargo para el delfín de Sharon, que había fundado el partido centrista Kadima, pocos días antes del derrame cerebral que marcó la salida de aquél del escenario político. Si se hubiese votado en enero, Kadima habría obtenido 40, quizás 44 diputados, un número enorme en un sistema político como el israelí. El martes obtuvo mucho menos, apenas 28 escaños, cuando pocos habían previsto que su partido bajara de los 32-35 escaños.
Ha sido un resultado decidido también por la baja participación electoral. Votó apenas el 63,2 por ciento de los israelíes, frente al 68 por ciento de 2003. Ha sido un día tranquilo y los únicos incidentes fueron causados por el componente ultraortodoxo que no reconoce el Estado laico sionista. Quienes pensaban que las elecciones israelíes simplificarían el cuadro político del país estaban equivocados. De los 31 partidos que se presentaban (el sistema electoral es proporcional pero se necesita al menos el 2 por ciento para lograr entrar en la Knesset), en un país con 5 millones de habitantes, han sido cinco las agrupaciones que han obtenido más de diez diputados en un parlamento de 120. En las anteriores elecciones habían sido apenas dos. Eran los que se podrían llamar “partidos tradicionales”, la derecha del Likud y la centroizquierda del Partido Laborista. Segundo, atrás de Kadima, llega el Partido Laborista con 20 diputados. Su líder, Amir Peretz, se configura como el hombre clave en las tratativas para la formación del nuevo gobierno. A sus espaldas llega el partido Shas, de los ultraortodoxos sefardíes, con 13 diputados. Ni siquiera cuarto llega el Likud. Para Bibi Netaniahu, que ha sido el peor ministro de Finanzas de la historia de Israel con su actuación ultraliberal, es un fracaso que podría terminar con su carrera política. Los dirigentes del partido ya han empezado el juicio a quien redujo la tradicional fuerza de la derecha israelí a su mínimo histórico con apenas 11 diputados desde los 38 que obtuvo en 2003, apenas uno menos que el nuevo astro de la derecha, el partido Yisrael Beiteinu (Israel es nuestra casa). Este partido, que el diario de centroizquierda Haaretz define como fascista, es el partido de los inmigrantes rusos. Son los judíos de Europa oriental, llegados en masa en los años noventa tras la caída de la Unión Soviética, que han vivido y viven un difícil proceso de integración. Es un partido racista, liderado por Avigdor Lieberman, que propugna la limpieza étnica y la expulsión de todos los árabes con pasaporte israelí de la norteña región de Galilea. Por ahora Yisrael Beiteinu logró el liderazgo de la derecha nacionalista superando al Likud. Sin embargo, Lieberman se ha declarado convencido de que las próximas elecciones las ganará su partido.
MENORES PERO DECISIVOS. En este cuadro tan fragmentado, Olmert deberá pactar con más sujetos de los que preveía. Seguramente entrará en el gobierno el Partido Laborista, pero Peretz será un socio casi tan importante como Olmert. Entrará también el partido Shas y su homólogo askenazí, el Torah. También entrará el Partido de los Jubilados –seis diputados– liderado por el ex agente del Mossad Rafi Eitan, que ha quitado votos al Partido Laborista, que hubiese podido tener un resultado aun mejor del que efectivamente obtuvo. Sin embargo Peretz, desde su ciudad, Sderot, declaró que su partido ya ganó logrando que las cuestiones sociales, la pobreza, la defensa del Estado de bienestar, hayan logrado volver a la agenda política israelí después de años de neoliberalismo feroz. Más compleja pero no imposible es la entrada en el gobierno del izquierdista Meretz –cinco escaños– que ha cedido parte de sus votos a Kadima.
Ahora Olmert tiene la difícil tarea de formar el gobierno y la aun más difícil tarea de gobernar. Su programa es ambicioso: definir las fronteras definitivas israelíes, abandonando algunas colonias menores en Cisjordania. Las derechas perdieron, pero siguen representando al menos un cuarto del país. Kadima ganó, pero el partido aún no está sedimentado en la vida política israelí y sólo la realización del programa podría garantizarle la supervivencia. La senda entre la paz y la guerra total es muy empinada.
Mientras tanto, desde la capital de Sudán, Jartum, donde está reunida la Liga Árabe, el presidente palestino Abu Mazen le exige a Olmert que renuncie a definir unilateralmente las fronteras definitivas israelíes. En Ramallah, el nuevo primer ministro palestino, Ismail Haniyeh, obtiene el voto de confianza del parlamento, y apunta a la devolución de todos los territorios, incluida la parte este de Jerusalén que deberá ser la capital del Estado palestino.