Es más que probable que las elecciones del martes 28 marquen un pasaje no traumático del poder de Ariel Sharon, que continúa en coma irreversible, a Ehud Olmert. Sin embargo, el asalto israelí a la cárcel de Jericó, la crisis humanitaria y la asunción de un gobierno monocolor de Hamas en Palestina complican el cuadro.
Gennaro Carotenuto
Desde el segundo triunfo electoral de Sharon, en 2003, en Israel parece, a la vez, que todo ha cambiado y que nada ha cambiado. En Palestina ya no está el archienemigo Yasser Arafat, pero Hamas copó la escena. El Likud –la derecha histórica israelí– ha dejado de ser central en la vida política, es de su riñón que salen quienes gobernarán en el futuro bajo el lema de Kadima –Adelante–, el partido fundado por Sharon poco antes de la enfermedad que terminó con su carrera política. Y si bien ya no está Sharon, quien asumirá el poder será su delfín Ehud Olmert.
Desde su fundación, Kadima encabeza los sondeos de opinión. Los últimos le otorgan unos 40 escaños en el parlamento, un número superior a la suma de sus principales rivales, la izquierda laborista de Amir Peretz y lo que queda del Likud, liderado por el ex primer ministro Bibi Netaniahu. Lo más probable es que Kadima realice una alianza de gobierno con los laboristas.
Otro dato de cara a las elecciones del martes: la alta tasa de abstencionismo que se prevé, más elevada que la de 2003, cuando apenas 68 por ciento de los israelíes emitió su voto. Durante la campaña, salpicada de escándalos menores, Internet jugó un papel central y hasta hubo un partido –el religioso Shaas– que prometió nada menos que el paraíso a quienes lo prefirieran.
Lo que sí puede representar un cambio interesante es el ascenso de nuevas colectividades. Básicamente, el Likud ha sido siempre el partido de los hebreos procedentes de Oriente Medio y el Laborista el de los europeos orientales. Hoy el Likud aparece dividido, mientras el laborismo es liderado por primera vez por un sefaradí.
¿UNA NUEVA INTIFADA? Pero mientras este es el panorama en Israel, las cosas se complican en Palestina.
Ehud Olmert necesitaba conquistar al sector más derechista del electorado. La semana pasada encontró cómo hacerlo, cuando tanques, ametralladoras y artillería pesada fueron utilizados por las tropas israelíes para sacar de la cárcel palestina de Jericó a Ahmed Saadat, diputado y máximo dirigente del marxista Frente Popular para la Liberación de Palestina, acusado del asesinato, en 2001, del líder de la ultraderecha israelí Rehavam Zeevi.
Pero el ataque también tuvo su costo político enorme: el definitivo derrumbe de la figura del presidente palestino Abu Mazen, que para Israel y sus aliados occidentales era, sobre todo después del triunfo de los fundamentalistas de Hamas en las elecciones de enero, la única personalidad palestina en la que podían relativamente confiar. El anciano fundador de Fatah representaba un ancla de diálogo a la cual apostar. Con su acción extrema y extremista, Olmert prefirió sacrificar a Abu Mazen, al que juzgaba demasiado débil para oponerse a los extremistas de Hamas, pero reforzó indirectamente a estos últimos.
TODO EL PODER A HAMAS. El primer ministro encargado de formar el nuevo gobierno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Ismail Haniyeh, hará jurar a sus 24 ministros posiblemente el mismo día de las elecciones israelíes. Todos ellos, salvo un católico y una mujer, portarán la bandera verde oscuro del islamismo. Ni Fatah ni la izquierda aceptaron gobernar con Hamas, que por otra parte tampoco los necesitaba, pues controla 74 de las 132 bancas del parlamento.
Hamas no ha renunciado al recurso a la violencia, ni se plegó a los acuerdos de paz de Oslo ni está dispuesta a reconocer el Estado de Israel. Israel, a su vez, no renuncia a la ocupación militar, no reconoce las fronteras de 1967 y no está dispuesto a tratar con una organización terrorista. Muro contra muro, algo muy común en la historia de estas tierras. Sobre el gobierno de Hamas pende la amenaza de una suspensión de las ayudas internacionales, que de producirse provocaría una crisis humanitaria de envergadura. Aun así, el gobierno no parece capaz de controlar al ala más militarista de su propio partido. El aumento de las acciones espontáneas ha conducido a su vez a que se hable de una vuelta a “la edad de las piedras”, ergo a la primera Intifada. Según datos de la ANP, sólo en febrero el ejército ocupante israelí mató a 27 personas, hirió a 192 y arrestó a 132 en los territorios.
Tres líderes para un país
Ehud Olmert (Kadima). Nacido en Binyamina (Israel) en 1945, es licenciado en psicología, filosofía y derecho y padre de cuatro hijos. Tras terminar su carrera militar, en 1973, con 28 años, fue electo por primera vez al parlamento en las listas del derechista Likud. Luego fue confirmado como diputado durante siete legislaturas. Entre 1993 y 2003 fue intendente de Jerusalén y desde 2001 es el brazo derecho de Ariel Sharon.
En diciembre de 2003 publica un importante artículo en el diario Yediot Aharonot en el cual se declara favorable a una salida parcial de Cisjordania y Gaza. En el verano boreal de 2005 Sharon inicia el retiro de Gaza. Sensible a las cuestiones demográficas, Olmert es partidario de una rígida separación entre israelíes y palestinos: la supervivencia del Estado hebraico puede ser garantizada sólo por una nueva frontera, dice.
El 7 de agosto de 2005 reemplazó a Bibi Netaniahu como ministro de Finanzas, que renunciara por oponerse al retiro de las tropas de la Franja de Gaza. Apoyó y siguió a Sharon cuando éste fundó Kadima. El 4 de enero, cuando su mentor padece el derrame cerebral que desde entonces lo tiene postrado, lo sustituye como primer ministro. Desde el inicio Olmert supo que, para conservar el liderazgo de su partido y del país, lo único que debía hacer era permanecer fiel a Sharon. El triunfo de Hamas lo obligó a mostrar, con la acción de Jericó, su lado halcón. Los sondeos atribuyen a Kadima entre 39 y 44 escaños.
Amir Peretz (Partido Laborista). Nacido en Marruecos, de 54 años y padre de cuatro hijos, ha sido durante una década secretario del Hidastrut, el principal sindicato del país. Es el primer sefaradí que se convierte en jefe del Partido Laborista, tradicionalmente dominado por los askenazi procedentes de Europa oriental.
Peretz combatió en la guerra del Yom Kippur, en 1973, en la cual fue gravemente herido, lo que le valió pasar un año internado en un hospital.
Diputado desde 1988, como sindicalista ha criticado la política neoliberal de Sharon y Netaniahu. En enero de 1999 abandonó el laborismo, creando una de las muchas microorganizaciones que caracterizan el cuadro político israelí. Retornó al laborismo en 2004 y menos de un año después triunfó en las internas sobre Shimon Peres. Impulsa la vuelta del partido a sus fuentes socialistas. Menos original es su posición frente al conflicto israelo-palestino, a pesar de su pasado como líder del movimiento pacifista. Desde noviembre experimenta un lento declive, y al laborismo se le atribuyen unos 20 escaños.
Biniamin Netaniahu (Likud). Clase 1949, nacido en Tel Aviv, formado en Estados Unidos, miembro de los cuerpos de elite del ejército, desde muy joven es el exponente del ala más extremista del Likud. Llegó a ser primer ministro en 1996. Su breve gobierno se caracterizó por una línea dura contra los palestinos y por los escándalos y peleas internas en su partido. Vuelve al gobierno como ministro de Finanzas de Ariel Sharon, y marca la línea neoliberal que conduce al empobrecimiento masivo de las clases populares israelíes. Rompe con “Arik” tras el retiro de Gaza y se postula al liderazgo del Likud. Cuando se vota en las primarias y triunfa, Sharon ya se había ido y fundado Kadima. Al Likud pos Sharon los sondeos le otorgan entre 13 y 15 escaños.