Murió en Holanda Slobodan Milosevic. Era el último carnicero de los Balcanes después de la muerte de sus cómplices, el croata Franjo Tudjiman y el bosnio Alija Itzebegovic. Sin embargo para la OTAN ha sido un excelente “único culpable” de la masacre balcánica de los noventa. En La Haya se defendió bien y su muerte evita un juicio que se fue haciendo incómodo para los triunfadores.
Gennaro Carotenuto desde Roma
El ex presidente yugoslavo Slobodan Milosevic murió el sábado 11 en la cárcel de la ONU de Sheveninghen, en Holanda. Será sepultado hoy en forma privada en su pueblo natal en Serbia. Ha sido la fórmula elegida después de una larga polémica entre quienes pretendían sepultarlo fuera del país y quienes querían hacerlo con los honores de un prócer. Quedan dudas sobre las circunstancias de la muerte del criminal de guerra. Según sus perseguidores habría llevado a cabo un plan diabólico para causar su muerte de manera de culpar a sus carceleros. Habría consumido voluntariamente fármacos que habrían provocado el infarto que lo mató. Es la tesis de la jueza suiza Carla del Ponte, que durante años rechazó cualquier pedido de Milosevic y sus médicos para que curara sus enfermedades en Moscú. Aunque fuera cierta la tesis del infarto autoprovocado, testimonia el escaso nivel de controles en una cárcel de máxima seguridad como la holandesa. Ya van seis prisioneros serbios muertos en circunstancias poco claras. Aunque no fuera cierto –y Slobo haya sido efectivamente matado o dejado morir–, es una pieza más del castillo revisionista serbio que, con algunas razones y muchas más sinrazones, dibuja un país que se ha convertido en víctima. Para Del Ponte –que con la muerte de Milosevic vio romperse su juguete, el juicio en el cual escogió sólo los culpables convenientes para la OTAN– cerrar el proceso fue una derrota a la cual no quiere resignarse. El mismo día de la audiencia que puso fin al “juicio Milosevic” por muerte del reo, exigió del gobierno de Belgrado la entrega inmediata de otros dos criminales de guerra, Radovan Karadzic y Ratko Mladic. Lo hizo condicionando las negociaciones para el ingreso de Serbia en la Unión Europea. Serbia es un país con enormes culpas colectivas; sin embargo paga y sigue pagando con cientos de miles de prófugos en su territorio y con la inminente pérdida de Kosovo y Montenegro. Ya es difícil entender si toda Serbia, inocentes y culpables, nacionalistas y demócratas, es rehén de sus criminales de guerra que aún guarda y defiende en su territorio o si es rehén de la lógica de los ganadores de la guerra, que con el endurecimiento de este proceso de criminalización colectiva, impiden al país hacer sus cuentas y mirar por fin hacia adelante.
El dibujante Corax, en el semanario Danas, diseñó dos diablos que acompañan a Milosevic a una enorme olla en el infierno. Desde la olla Franjo Tudjiman y Alija Itzebegovic lo saludan amistosamente. Unidos en la muerte, los tres grandes y sus miles de cómplices menores testimonian –ojalá– el fin de una época que supera todas las polémicas sobre las causas de la muerte del ex presidente serbio. Es una interpretación, la de Corax, que confronta la de los occidentales de la OTAN, que en 1999 intervino en Yugoslavia bombardeándola hasta obligarla a rendirse. Para éstos, en la persona de la jueza suiza Carla del Ponte, Milosevic era el único culpable de diez años de guerras en seis distintos frentes. Hubiese sido una solución fácil, que hubiese salvado a muchos amigos de Occidente, desde el fascista y antisemita Tudjiman, hasta los terroristas albaneses del UCK entrenados en Estados Unidos que se prestaron a crear el caso para justificar la “guerra humanitaria” de la OTAN para “liberar” Kosovo. Pero era una solución a la cual Milosevic supo oponerse en el juicio, demostrando que las acusaciones del tribunal representaban un teorema indemostrable y hasta enfriando el interés occidental en poner fin a un juicio cada vez más incómodo.
OPINIONES BALCÁNICAS. La prensa de todo los Balcanes ha dedicado un gran espacio a la muerte de Slobo. Por lo menos tres diarios serbios eligieron la tesis del asesinato. Kurir, uno de los diarios más populares de Belgrado, titula con una sola palabra, ubijen, asesinado.
Su muerte coincidió con el tercer aniversario del asesinato de su gran opositor Zoran Djindjic. Para la prensa democrática es preocupante que Djindjic aún no tenga herederos en un momento en el cual la muerte de Milosevic conlleva el riesgo de una radicalización nacional-conservadora del país en víspera de perder Kosovo y Montenegro. Otras fuentes, más optimistas, consideran irrelevante la muerte del ex mandatario para los futuros escenarios políticos. Suicidio, homicidio o muerte natural, sombra siniestra o muerte irrelevante, toda la prensa está convencida de que la muerte de Milosevic es una vergüenza para el tribunal de La Haya y minará definitivamente la credibilidad de este organismo.
En el gobierno de Belgrado coexisten por lo menos dos líneas. Una es la del ministro de Exteriores, Vuk Draskovic, que considera lamentable que se celebre la muerte de un asesino serial como Milosevic. Otra es la más cauta del primer ministro Vojislav Kostunica, que expresa su pesar –según costumbres que frente a la muerte ponen de lado a toda diferencia política– y pide al tribunal una investigación sobre los acontecimientos. Sin embargo el comentario más importante lo escribe en Danas Predrag Matvejevic, probablemente el más importante intelectual ex yugoslavo, autor entre otras obras de Breviario Mediterráneo. Matvejevic sostiene que “no hay que alegrarse de la muerte. Ésta transforma la vida en destino. Relativiza los crímenes y los transforma en hechos históricos”. El intelectual nacido en Mostar, condenado en noviembre por un tribunal de Zagreb a cinco meses de cárcel por “difamar” a criminales de guerra croatas, enumera las responsabilidades y los crímenes de Milosevic e identifica el más grave: “No fue culpable de todo lo que se le acusa. Sin embargo fue el que más poder tuvo para evitar la disolución de Yugoslavia y las masacres consiguientes. Y no hizo nada. Hasta algunos lo consideraban un hombre de izquierda. No lo conocían, a pesar de su retórica de socialista yugoslavo. Los dirigentes políticos occidentales lo consideraban el más confiable entre los líderes balcánicos. Durante la guerra se entrevistó más de 40 veces con Franjo Tudjiman y sin embargo nadie sabe qué se dijeron dado que la decisión criminal de repartirse Bosnia ya estaba tomada por los dos desde el comienzo. Si no hubiesen sido tan criminales quizás hubiésemos podido dividirnos de manera distinta, sin tantos muertos y tragedias”.
La trayectoria de un genocida
1964. Slobodan Milosevic nació en 1941. En 1964 se gradúa en economía, entra en la Liga de los comunistas y se va a estudiar a Estados Unidos.
1987. Ya es líder de los comunistas serbios cuando pronuncia el famoso discurso de Kosovo Polje, en el cual toma la defensa de la minoría serbia de Kosovo y dibuja un proyecto nacionalista panserbio opuesto a la constitución titoísta de 1974 que asignaba a Kosovo y Vojvodina una real autonomía dentro de Serbia.
1989. Es elegido presidente de la República de Serbia, aún dentro de Yugoslavia. En el país ya es fuerte la “destitoización” (Tito había muerto en 1980) y él es considerado cercano a los intereses de Estados Unidos.
1991. Empieza la guerra. Eslovenia y Croacia se van, respaldadas por Alemania, el Vaticano y la Armija, el ejército yugoslavo que se transforma en ejército serbio. Milosevic en esta etapa es el hombre de la mediación y toma distancia de los nacionalistas radicales serbios como Babic, Karadzic y Mladic.
1995. Se firma en Dayton el tratado con Bosnia. Milosevic es el hombre de la paz. Pronto se inicia en Serbia un movimiento para la real democratización del país (Zajedno) que Milosevic reprime duramente. Desde 1997 se hace más grave la situación en Kosovo.
1999. La alianza entre los terroristas albaneses del UCK y Estados Unidos prepara la llamada “guerra humanitaria”. En enero de 1999 Milosevic rechaza los acuerdos de Rambouillet. Del 24 de marzo al 10 de junio las bombas inteligentes de la OTAN preparan la contralimpieza étnica contra los serbios de Kosovo.
2000. En octubre pierde las elecciones y renuncia al poder. En marzo de 2001 es arrestado y en junio entregado al Tribunal Penal Internacional de La Haya. Es responsable –juntos a otros que jamás fueron enjuiciados– de una década de guerras que causaron más de 100 mil muertos.