Una semana de choques entre jóvenes y la policía que se inició con la muerte de un adolescente y derivó en jornadas de protestas en todo el país, demostró que también en Europa el modelo neoliberal no da para más.
El quiebre
Gennaro Carotenuto desde Roma
Alexis Grigoropoulos tenía 15 años. Lo mató un policía a sangre fría hace una semana. Su muerte no es un caso aislado de violencia policial en Grecia, aunque ahora las autoridades lo presenten casi como un accidente. El sábado 6 Alexis paseaba por Exarquía, que hasta hace un par de décadas era el pintoresco e izquierdoso barrio de los artistas y ahora es sólo un barrio difícil en el que el tráfico de drogas al menudeo es omnipresente.
Tal vez alguien insultó a los policías, pero videos exhibidos por la televisión muestran que no fueron agredidos. Los dos agentes bajaron del patrullero disparando y uno hizo fuego sobre Alexis. A diferencia de otros casos similares, esta vez el castillo de mentiras armado por la policía y el Ministerio del Interior se desmoronó apenas levantado. El lugar del asesinato se transformó de inmediato en sitio de peregrinación, cubierto de flores, fotos, pancartas, billetitos, al tiempo que explotaba la protesta en toda Atenas por esa muerte y en rechazo a los métodos habituales de una policía como la griega, incapaz de relacionarse con los jóvenes sin tratarlos como criminales. Suman cientos los relatos de violencias policiales, arrestos ilegales, muertes que condujeron a condenas ridículas o directamente a la absolución de los culpables.
LA CHISPA. Este caso fue la chispa que hizo explotar a Grecia. A pesar de que el policía que asesinó el estudiante Alexis Grigoropoulos fue inmediatamente arrestado y acusado de homicidio, las protestas siguieron y aumentaron de grado, involucrando a toda una generación que ha ganado las calles. De Atenas a Salónica, de Patras a Creta, en toda Grecia nutridos grupos de jóvenes encapuchados se levantaron como en los años setenta contra la dictadura derechista de los coroneles. Las escenas son similares: ocupaciones de centros educativos por alumnos y docentes (el Politécnico de Atenas, eje del levantamiento contra la dictadura, es el más emblemático), comercios saqueados, ataques a bancos y a locales de McDonald’s, quema de autos, molotovs por doquier, lanzados en especial contra comisarías, se contraponen a la violencia policial, que ya se ha traducido en cientos de arrestos y decenas de heridos. Hasta el presidente de la Asociación de Comercio, Dimitris Armenakis, ha declarado insólitamente: “ante la absurda muerte de Alexis, no importan los daños materiales”.
Con el transcurso de los días la violencia fue cediendo paso a manifestaciones masivas que trascendieron a los jóvenes y a las que se fue sumando la oposición política. Correlativamente, bajaron también los decibeles de la violencia policial, pero el gobierno siguió sin saber qué hacer, enroscándose en la búsqueda de su supervivencia política. La oposición de izquierda ha pasado al ataque y hoy denuncia no sólo al gobierno conservador de Costas Karamanlis sino a un modelo jaqueado en todo el mundo. El miércoles 10 una enorme huelga general de alcance nacional tuvo entre sus reclamos la renuncia del Ejecutivo, la disolución del parlamento y la convocatoria a elecciones anticipadas.
AMPLITUD. La protesta, que al comienzo estaba principalmente sustentada en el fuerte movimiento anarquista griego, se ha ido masificando y “pacificando”. Las muchas izquierdas del país, la Coalición Syriza –que incluye al Foro Social Griego, los comunistas del KKE (que tienen el 8 por ciento de los votos y más de 20 diputados)– han convocado sus militantes a salir a las calles. Hasta el moderadísimo partido socialista Pasok, inicialmente titubeante a pesar de los sondeos que le otorgarían una nueva mayoría y la posibilidad de gobernar un país en crisis, ha invitado a sus militantes a unirse a la huelga y manifestar su repudio al gobierno.
El miércoles Atenas fue recorrida por dos enormes marchas, una convocada por los sindicatos y otra por el Partido Comunista. Frente al parlamento unas 200 personas lanzaron cócteles molotov y piedras, pero ambas manifestaciones llegaron a destino sin incidentes mayores. Voceros de las más importantes confederaciones sindicales griegas –la gsee, del sector privado, y la adedy, del público– coincidieron ayer jueves en que todo el país fue paralizado por la huelga: escuelas, oficinas y bancos permanecieron cerrados.
El primer ministro, Karamanlis, mientras tanto, ha recurrido a los medios masivos de comunicación, en especial la televisión, para proferir amenazas y clamar una vez más que habrá “tolerancia cero” hacia “los violentos”. Sin embargo, no ha logrado retomar el control de la situación. Su gobierno es débil a nivel político y parlamentario (un escaño apenas de mayoría), y el país está envuelto en escándalos de corrupción y en una crisis económica y social profunda que han fragilizado aun más al Poder Ejecutivo.
DEBATE PÚBLICO. Un aspecto interesante de estas protestas es la amplitud del debate sobre el modelo. El acento de quienes las protagonizan está puesto en el callejón sin salida en que se encuentra la que en Grecia ha sido bautizada como “generación 700 euros”, la relativamente escasísima suma que un joven con estudios universitarios logra reunir en promedio gracias a distintos trabajos precarios y sin perspectivas. Uno de los blancos de esta revuelta es la reforma educativa. En Grecia, la universidad sigue siendo pública y gratuita, pero el gobierno apunta a privatizarla progresivamente. La respuesta que ha encontrado tanto en docentes como en estudiantes, que ocupan conjuntamente las diversas facultades del país y consideran a la defensa de la escuela y la universidad públicas como el principal frente de lucha global contra el gobierno, podría dificultar ese proyecto.
“La política represiva de este gobierno –afirma Triantafyllos Mytafidis, presidente de la asociación de docentes– apunta a contener una protesta que crece ante la pauperización progresiva de las condiciones de vida de la población, la privatización de bienes públicos, el autoritarismo, el empobrecimiento cultural.” Y concluyó: “Por suerte, la potencia de la rebeldía de los jóvenes será el motor de una nueva ola de luchas sociales”.
Democracia a la griega
En Grecia gobiernan dinastías, y ya no es tan importante ni diferente colocarlas en la centroderecha o en la centroizquierda. El primer ministro, Kostas Karamanlis, líder de Nueva Democracia, el partido de centroderecha, es nieto de Constantino Karamanlis, primer ministro durante 14 años y presidente durante diez.
El jefe de la oposición socialista, George Papandreou, que podría ser el sucesor de Karamanlis, ya que encabeza todos los sondeos, es nieto y homónimo de George Papandreou, tres veces primer ministro entre 1944 y 1965 e hijo de Andreas Papandreou, primer ministro casi ininterrumpidamente entre 1981 y 1996.
Papandreou y Karamanlis son los dos hombres símbolo de una democracia de muy baja intensidad, en la cual una pequeña elite enriquecida pero especialmente incapaz y corrupta tomó el Estado por asalto. Juntos controlan también los principales medios masivos de comunicación, los bancos y una industria clave en Grecia como la de la construcción naval.
Nada cambia si gobierna la centroderecha o la centroizquierda. También en este país, un sistema construido sobre la base de dos partidos que gobiernan alternativamente sin alternarse en nada más que en la gestión del poder, ha generado la explosión de los excluidos. Si la política no ofrece ninguna alternativa, la solución para quienes nada tienen y a nada pueden aspirar es –como lo ejemplificaron años atrás también las periferias urbanas francesas– el levantamiento y quemarlo todo.