A treinta años de la muerte del dictador español Francisco Franco el debate historiográfico y politológico sobre su régimen está sesgado por la desaparición del antifascismo como valor fundamental en las sociedades occidentales.
Después de la segunda guerra mundial, y hasta la caída del muro de Berlín, el debate politológico sobre los fascismos se enmarcaba en un contesto crítico donde los demócratas, que iban desde los liberales hasta los anarquistas fundaban en el antifascismo su postura. A pesar de la guerra fría, siguió existiendo un humus común. El debate llevado adelante, especialmente en la prensa europea, para los 30 años de la muerte de Francisco Franco testimonia que ya este patrimonio común es parte de la historia.
El juicio histórico sobre el régimen de Francisco Franco es consolidado e incuestionable. Con la ayuda de Adolf Hitler y Benito Mussolini, implantó una de las más sangrientas dictaduras de la historia después de una cruenta guerra civil. Sólo en tiempo de paz hizo fusilar y agarrotar (estrangular horriblemente) entre 100 y 200.000 personas. Durante 39 años de régimen clérigo-reaccionario, fue apoyado por la más conservadora iglesia católica del mundo y, en la posguerra, por Estados Unidos. También los hechos sobre la II República española son consolidados. Esta quedó una democracia representativa y multipartitica hasta su último día. En fin, Franco era y quedó toda la vida un símbolo antidemocrático.
Hoy la piedra millar del antifascismo como herramienta y praxis política, ha perdido centralidad en Occidente. Un intelectual que pretenda tener una buena carrera necesita hacer un constante ejercicio de independencia de juicio. Sin embargo, la solapada casi rehabilitación de Franco lo demuestra, esta se explicita en una indecente toma de equidistancia entre franquismo y democracia, y en sentido más amplio entre fascismo y antifascismo. Semejante logro en el campo de la ecuanimidad intelectual conlleva una rehabilitación enmascarada del fascismo, y necesita domesticar hechos históricos consolidados que lleven a darle un poco ?o mucha- razón a quien razón no tuvo nunca.
Así para afirmar que Franco fue un dictador y un asesino, habrá que hospedar necesariamente otra opinión que nos explique que en realidad Franco salvó España del comunismo. Si los fascistas mataron, hay que recordar que también los antifascistas lo hicieron, manipulando historia e historiografía para exaltar los defectos de la experiencia republicana y minimizar y justificar los crímenes del franquismo. Antes ?en el siglo XX- esta operación era legado de una restringida franja de las derechas conservadoras. Hoy día, decaído el valor del antifascismo come modelo interpretativo, hay un deslice que lleva no solo liberales y moderados, sino también reformistas de centro izquierda a revalorar su interpretación sobre la base de nuevos dogmas no menos totalizantes de los anteriores.
La ?teoría de los totalitarismos? ?un aporte muy importante- tenía como límite la exaltación de las similitudes entre nazismo y estalinismo, achicando las diferencias entre estas dos ideologías. El hecho que el franquismo ?como las dictaduras latinoamericanas de otra parte- no encajen perfectamente en el esquema totalitario, genera consecuencias perversas: si el comunismo fue totalitario como el nazismo, todo lo que no es totalitario sería más aceptable. Sin antifascismo todo el debate politológico con respeto a la modernidad, toma caminos peligrosos tanto en el campo liberal como en la izquierda radical. El alejamiento temporal desde el fascismo clásico y la adquisición de parte de la ideología neoconservadora de algunos rasgos claramente totalitarios, hace que el entero campo liberal-demócrata se desenrede hoy de las mallas interpretativas del antifascismo.
Esto se explicita en el apoyo acrítico a la política agresiva de Estados Unidos de un lado y de Israel en su contexto especifico.
Sin embargo la pérdida de centralidad del antifascismo lleva a peligrosos deslices también en el campo de la izquierda. Esta se explicita ?de manera igual y contraria al campo liberal- en algunas coincidencias de juicio con la ultraderecha que, sin moverse de su rincón ideológico, se opone tanto a Estados Unidos como a Israel. Estas coincidencias se encuentran tanto en algunos rasgos de la crítica al imperio anglosajón, pero también en la receptividad hacia prejuicios antisemitas ?desde la izquierda- en la interpretación de la política del estado de Israel. Sin antifascismo, el fascino de las ideologías ultraderechistas contamina el entero espectro político. Los liberales pueden celebrar Franco como defensor de los valores occidentales y apoyar Bush con las mismas simbologías. Sin embargo, franjas de la izquierda pueden coincidir en parte de la parafernalia fascista sobre las plutocracias occidentales y hacerse contaminar por repelentes debates sobre la esencia malvada del sionismo israelí. Más el pensamiento occidental se hace débil, más las nuevas generaciones están expuestas a la propaganda de monstruos del pasado que toman la palabra en nombre de la libertad de expresión. Lo demuestra el caso de la extendida solidaridad internacional al historiador negacionista ?de la Shoá- David Irving, arrestado en Austria por apología del nazismo.
Los que en los ordenamientos de la Europa de la posguerra consideraron la apología del nazismo o del fascismo como un crimen tenían buenas razones. Estas razones siguen válidas hoy día aunque se perciban estas como segundarias frente a la idea de libertad de palabra. Irving así puede hablar y estamos obligados de hecho a escucharlo. Mañana, en pos del primado de la terciedad entre todas las posiciones, para poder hablar de Auschwitz estaremos obligados a dar igualdad de derechos a la opinión de un nazi.
? Gennaro Carotenuto, es autor de Franco e Mussolini. La guerra mondiale vista dal Mediterraneo: i diversi destini di due dittatori, Milán, Sperling & Kupfer, 2005.