Algo misterioso sucedió en Bagdad: se ignora quién ganó el referéndum constitucional. A una semana de la votación nadie sabe con certeza si triunfó la democracia a la estadounidense o los “terroristas musulmanes”. En cambio, los medios del país ya “democratizado” están debatiendo sobre la mejor forma de ajusticiar a Saddam Hussein.
di Gennaro Carotenuto
Algo tiene que haber ido mal en Irak esta semana. Las tropas invasoras vigilaron el referéndum constitucional del pasado sábado, cuando los iraquíes fueron llamados a aprobar o rechazar la nueva Constitución del país. Era la cuarta y definitiva pata de la estrategia llamada exportación de la democracia en este país por parte de Estados Unidos. La primera fue la agresión de 2003. La segunda el cambio de mando desde los virreyes estadounidenses al gobierno colaboracionista del año pasado. La tercera, en enero de 2005, la elección del parlamento, y la cuarta, la del sábado 15, el plebiscito para la aprobación de la nueva Constitución. En los tres primeros pasajes el sistema mediático multinacional fue movilizado con bombos y platillos. Para el cuarto, teóricamente el más importante y concluyente, las pocas luces se apagaron rápidamente y el triunfalismo escasea y lleva a pensar que, a pesar de informaciones oficiales que hablan de un éxito del referéndum, las manipulaciones han sido tan grandes que es aconsejable tener un muy bajo perfil. La participación fue estimada en un 61 por ciento de la población. Sin énfasis se la define como “buena”; nada más. En realidad, tanto el sur chiita como el norte kurdo votó mucho menos de lo previsto.
El resultado era esperado a más tardar para el 20 de octubre. Sin embargo ya el día 17 salió un comunicado anunciando la necesidad de un recuento. Estudiando las pocas informaciones filtradas aparece claramente que en las provincias con mayoría kurda y chiita los porcentajes de votantes son demasiado altos para ser creíbles y presentables, y que en las zonas sunitas –Bagdad y alrededores– no se logró el apoyo a la Constitución. Si el día 16 la secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, se había apresurado a celebrar el triunfo, el insólito silencio del gobierno estadounidense en los días siguientes hace pensar en una frenética batalla para ajustar cuentas que deben cerrar a la fuerza.
Para rechazar la Constitución que formalizaría el nacimiento de un Irak federal dividido en tres partes, es necesario que en tres de las 18 provincias iraquíes el No supere las dos terceras partes de los votos emitidos. La solución federal –para evitar la cual Bush padre dejó a Saddam Hussein en el poder 12 años más– aparece hoy como la única posible para los ocupantes y es la preferida por las comunidades chiitas y kurdas. Sin embargo es rechazada por los sunitas, que viven en las zonas no petroleras del país, por cuotas de población nacionalista preocupada por que el federalismo abra las puertas a la definitiva fragmentación del país. También es rechazada por los chiitas radicales cercanos al joven líder Moqtada al Sadr, por los laicos, y por la resistencia reunida alrededor del ejército o del viejo partido Baath, e incidentalmente también por los terroristas que por comodidad identificamos como Al Qaeda. Algunos de estos componentes llamaron a votar por el No, otros al boicot.
Que la comisión de control iraquí haya decidido un recuento general indica dos cosas: que el recuento ha sido necesario porque efectivamente hay problemas que no fue posible acallar, y que las polémicas proseguirán cuando el resultado sea considerado definitivo, haciendo que el peligro de guerra civil abierta no disminuya. Es difícil correr atrás de las múltiples voces que hasta las fuentes oficiales se encargan de hacer circular. Habría zonas donde hay más papeletas que votantes y zonas, donde supuestamente triunfó el No, donde la policía secuestró las cajas con las papeletas, haciéndolas desaparecer. En la provincia de Nínive hay dos recuentos distintos. El oficial habla de un 55 por ciento de rechazo –insuficiente–, mientras el político sunita Abd al-Razaq al-Jiburi, del Frente para la Independencia de Irak, declara que el No alcanzó el 75 por ciento, así que la provincia reprobó la Constitución. En la provincia de Mosul, donde se enfrentan sunitas y kurdos, la televisión Al Jazeera sostiene que el No ganó con cerca del 80 por ciento, mientras que el centro de control sostiene que la Constitución ha sido aprobada. El nudo de la cuestión es que la misma comisión de control –colaboracionista– admite que en dos provincias ha ganado el No. Entonces los ojos se concentran sobre Nínive y Anbar, que son decisivas para evitar que una tercera provincia se sume a las otras dos haciendo caer por completo el castillo de naipes de la Constitución. Si las provincias sunitas son reacias a la Constitución, no sucede lo mismo en otras nueve provincias, seis chiitas y tres kurdas. Ahí se ha llegado a porcentajes de aprobación del 97-98 por ciento, que igualmente causan sospechas en los observadores, pero sin embargo aquí el recuento es menos decisivo que en las cuatro o cinco provincias en vilo. Irregularidades hubo, son muchos los casos, aparentemente bien documentados, que filtran que habrían dañado al No. Aunque al final la Carta se apruebe, es evidente que nace como un documento apoyado por una minoría de los iraquíes. Irak tiene 26 millones de habitantes, 19 son los que tienen derecho al voto, 15 los que se registraron, nueve los que fueron a votar y unos seis los que aprobarían la carta. Así que es razonable pensar que una carta aprobada por la tercera parte del padrón electoral muy difícilmente incida positivamente en el proceso de pacificación.
SACRIFICIO RITUAL. El miércoles, mientras tanto, ha empezado el juicio contra Saddam Hussein y algunos de sus más estrechos colaboradores. En vivo y en directo en todas las televisiones iraquíes ha sido posible escuchar la lectura de la imputación por este primer juicio –la represalia contra una aldea en la cual fueron asesinadas 180 personas– y al rais rechazar la legitimidad del tribunal. El juicio, que ya ha sido definido como el Nuremberg del siglo XXI, sin embargo nace sin garantías de legitimidad, un simulacro de justicia como muchas veces pasa cuando los vencedores juzgan a los vencidos. El tribunal que juzgará a Saddam Hussein ha sido implantado por el virrey Paul Bremer en 2003 y bajo el auspicio del mandatario de Estados Unidos de que el proceso concluya con la condena por genocidio, crímenes de guerra y contra la humanidad.
Saddam es seguramente culpable y seguramente será condenado a muerte. La única duda es si será considerado como criminal civil –y entonces será ahorcado– o será considerado militar, y entonces será fusilado.
El sacrificio ritual exigido por George W Bush en nada se diferencia de los exigidos ancestralmente desde la prehistoria hasta la Santa Inquisición y los talibán. Los juristas democráticos están llenando páginas sobre la ilegitimidad del tribunal, alegando que los fallos que impiden a Saddam Hussein una justa defensa son un insulto más a la legislación internacional. El tribunal iraquí impuesto y controlado por los invasores permite a Estados Unidos seguir rechazando la jurisdicción de los tribunales penales internacionales. A pesar del difundido odio hacia Saddam Hussein en la población iraquí, el tribunal es percibido como el enésimo atentado a su soberanía por el país que desde Guantánamo hasta Abu Gjraib demostró el más total atropello a los derechos humanos. Más: un juicio como el que empezó en Bagdad el miércoles sirve para esconder la larga alianza entre Estados Unidos y Saddam Hussein. Si es cierto que Estados Unidos fue aliado de Saddam en crímenes como la agresión a Irán, el genocidio de los kurdos, el encubrimiento de hechos y pruebas de la masacre con gases de Halabja de 1988, y lo apoyaron política, militar y económicamente, entonces estamos en presencia de un extraño juicio donde un cómplice juzga y condena a otro cómplice por crímenes que él también cometió.