Hace poco me llamó una amiga muy querida: “están hablando de Chávez en la Rai”. Es raro que se hable de Chávez en la Rai y normalmente lo hacen los corresponsales desde Washington. La penúltima vez que pude hablar de Chávez en la Rai fue en enero 2005 y me sancionaron no invitándome más. Me volvieron a llamar esta semana y como que una vez más no hablé nada mal de la Revolución bolivariana, supongo que me cobré otra tarjeta roja quien sabe hasta cuando. “No quiero ni escuchar”, contesté brusco a mi amiga con la duda de ser descortés, “no quiero hoy, 15 de agosto de 2005, escuchar críticas escuálidas sobre el juramento de Montesacro?, con el cual, exactamente hace 200 años, Simón Bolívar juraba dedicar su vida a la causa de la liberación de América. No he resistido, por supuesto. Los que hablaban eran personas que conozco y que estimo mucho. Sin embargo, si no lapidaban escuálidamente Chávez, no podían no hacer ejercicio de realismo y terciedad, y al fin y al cabo terminaron lapidando afablemente el veleidoso de Chávez.
Los escuchaba y me recordaban el “colonialismo invisible” del Libro de los abrazos de Eduardo Galeano. El gran uruguayo dice que el “colonialismo visible” es aquel que te prohíbe de decir, te prohíbe de hacer, te prohíbe ser. El “colonialismo invisible”, en cambio, te convence che la esclavitud es tu destino, che la impotencia es tu naturaleza; te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser.
Los europeos, los menos peores de aquellos que inventaron el colonialismo visible, no se resisten en hacerse colonizar el cerebro y a no firmar cheques en blanco a quien pretende que no hable distinto, no se haga distinto, no se sea distintos, que es lo que Hugo Chávez está diciendo, haciendo, siendo desde 1998. El método, las palabras, las acciones, hasta el aspecto físico, ayer de Bolívar, Martí, Sandino, Guevara, hoy de Hugo Chávez o Evo Morales y ni decirlo, Fidel Castro, repelen al colonizado invisible, europeo o criollo, por que están ahí a demostrar que ¡si, se puede!
A cambio para ellos está bien por ejemplo Ricardo Lagos, así como les encantará dentro de pocos meses a Michelle Bachelet. Tendrá un éxito clamoroso y veo y preveo al final del año la explosión mundial de una verdadera Bacheletmania, cuando en Chile tendremos una mujer presidente y socialista aunque si en total continuidad con la política económica pinochetista impuesta por el FMI. La amaran especialmente aquellos que, desde la derecha como la izquierda, se conforman con algunos símbolos -mujer y socialista- pero despreciaron siempre Salvador Allende y otros símbolos -que tenían el defecto de ser adelantos concretos- como el de la leche garantizada para los niños chilenos.
Gustará harto la Bachelet, como gusta -pero ahí los colonizados invisibles se engañan- Lula da Silva, que los ha tranquilizados con sus maneras que recuerdan las de un tío Tom obediente y que sin embargo -como Chávez para Venezuela- está construyendo para Brasil un futuro de gran potencia.
Hoy, hace doscientos años, un Simón Bolívar de 22 años juraba en Roma de liberar a América Latina de la dominación española. ¿Qué hubiesen escrito de él los que hoy critican tanto a Chávez? Hubiesen lapidado afablemente también el veleidoso joven caraqueño, hubiesen abominado la impuridad ideológica de aquel criollo ignorante, que no podía decir lo que decía, non podía hacer lo que hacía, que no podía ser lo que a cambio fue: el Libertador de América.