En Italia, con apoyo masivo, el gobierno de Berlusconi lanza una brutal campaña contra la inmigración “ilegal” y coloca en el índex a rumanos y gitanos. Hubo pogromos en zonas pobres del país. En Iowa, Estados Unidos, con la bendición de la población local, se produjo la mayor redada en años contra inmigrantes latinos. En México se caza a los centroamericanos, y en Sudáfrica a los inmigrantes también negros de Zimbabue… En todos lados, pobres contra pobres.
El inicio del nuevo gobierno de Silvio Berlusconi es peor que las peores pesadillas. Los medios soplan sobre el fuego e instan al racismo, especialmente contra gitanos y rumanos. Desde hoy, tras la aprobación de una nueva ley de inmigración, más de 630 mil extranjeros podrían ir presos.
Gennaro Carotenuto desde Roma
En el país que pobló varios continentes, enviando a decenas de millones de hambrientos a encontrar pan, techo y trabajo desde Montevideo a Londres, desde Nueva York a Melbourne, nadie quiere a los extranjeros.
Lo atestiguan al menos dos acontecimientos producidos en estos días. Por un lado, el hecho de que la primera medida del nuevo gobierno de derecha presidido por Silvio Berlusconi es la invención del hasta ahora inexistente (y probablemente inaplicable) crimen de ingreso ilegal al país. Desde la publicación en la gaceta oficial de la nueva ley, impulsada por el ministro del Interior, Roberto Maroni, de la Liga Norte, entre 600 mil y 700 mil personas que se calcula viven y trabajan en Italia indocumentadas podrían simplemente ir presas hasta por cuatro años. Un disparate que, si llegara a ser aplicado, cuadruplicaría la población carcelaria del país, sancionando a las víctimas de empresarios inescrupulosos que prefieren contratar mano de obra barata en negro, o a los que se toparon con las complicaciones de leyes estrictas y paralizantes aprobadas en las últimas dos décadas, que nunca intentaron regular la inmigración y siempre buscaron limitarla y penalizarla, obligando a menudo a los inmigrantes a la clandestinidad. Estas leyes son tan discriminatorias que, por ejemplo, un niño nacido en Italia de una pareja inmigrante regularmente establecida no sólo no es italiano, sino que al cumplir 18 años pierde su derecho de residencia en el país y hasta podría ir preso. Esta disposición integraba el programa con el cual la derecha ganó las elecciones los pasados 12 y 13 de abril.
GITANOS EN LA MIRA. El segundo problema son las campañas de odio lanzadas contra los rom (gitanos). Se trata de unas pocas decenas de miles de personas que por lo general viven aquí desde hace décadas, en condiciones mucho peores que las que encuentran en otros países de la Unión Europea. Cada tanto a los rom se los criminaliza y se los acusa de crímenes como el rapto de niños, que jamás han podido ser probados en ningún tribunal nacional. Producto de una convivencia difícil, fricciones o incidentes, se ha llegado a una locura sancionatoria por la cual el derecho de los gitanos a ser respetados como seres humanos pasa a un segundo plano, frente a una opinión pública sensible a las campañas emprendidas por los medios de comunicación masivos.
Tanto antes de las elecciones como después ha habido verdaderos pogromos que sólo por casualidad no se han cobrado vidas. Cuando en la región de las Marcas, una de las más tranquilas de Italia, un chico rom borracho atropelló con un camión a cuatro jóvenes, todo el pueblo quemó el campamento donde los rom vivían. Luego de que un delincuente rumano violara y asesinara a una mujer en Roma, se levantó una campaña de rechazo sin precedentes, no en protesta por el crimen sino genéricamente contra los rumanos. La semana pasada, después de que una chica rom de 16 años fuera arrestada tras un intento de robo en un barrio pobre de las afueras de Nápoles, una muchedumbre quemó el campamento donde vivía y exigió la expulsión de los rom. A la chica la acusaban también de haber querido secuestrar a un niño que vivía en la casa asaltada. “Es normal que la gente esté enojada e intente hacerse justicia”, repiten los medios hasta la saciedad.
Para el gobierno, todos los problemas que aquejan al país tienen que ver con la seguridad: es un problema de seguridad la inmigración, pero también la recolección de residuos (Nápoles está hoy cubierta de basura como consecuencia de una huelga). El primer Consejo de Ministros de la nueva era Berlusconi transformó los vertederos de residuos en zonas militares, y quienes se arriesguen a protestar en sus innmediaciones (muchos de estos depósitos fueron o serán instalados contra la voluntad de la población local) pueden ser arrestados como culpables del delito de violación de zona militar.
¡HAY QUE HECHARLOS! Los difíciles problemas de convivencia e integración que en París o en Madrid, en Berlín o en Ginebra parecen tener solución, en Italia no: los políticos no quieren solucionarlos, para mantener abierta una cuestión que por un lado crea consenso y por el otro lo destruye. Crea por derecha, destruye por izquierda. Los italianos, apabullados, aterrorizados, desinformados por el sistema mediático, fueron convencidos de que los inmigrantes son el problema, y la represión y expulsión masiva la respuesta más adecuada. Un sondeo del diario La Repubblica de la pasada semana fue bien representativo en ese sentido: para el 68 por ciento de los italianos la mejor solución al “problema gitano” sería la expulsión masiva. No importa que sean o no culpables de los delitos de que se los acusa, no importa qué pase con ellos después.
La primera conclusión que se podría sacar de este sondeo es que seguramente pocos de ese 68 por ciento de italianos se cruzó con un gitano en su vida, puesto que éstos viven sobre todo concentrados en las periferias de las metrópolis. La segunda es que quienes defienden “soluciones” xenófobas trascienden al electorado de Berlusconi, que no supera el 47 por ciento. Planteado de esta manera, el problema no son los gitanos, sino los italianos y su pérdida de cultura cívica y conciencia política y social, un proceso que los llevó a elegir nuevamente como jefe de gobierno a un Berlusconi que no oculta su entorno de mafiosos, fascistas, corruptos y modelos guapísimas inventadas como ministras para alimentar el show.
Durante años, en la época de la “guerra al terrorismo” (otra campaña de desinformación ahora momentáneamente dejada de lado), los inmigrantes problemáticos eran los musulmanes. Había que prohibir la construcción de mezquitas, impedir la libertad de culto, porque ser devoto de Alá y pretender rezar mirando hacia la Meca equivalía a ser terrorista. Mejor sería, decían obispos y cardenales, que los inmigrantes fueran cristianos (polacos, latinoamericanos, rumanos). Ahora, víctimas de otra campaña mediática, los cristianos rumanos concentran el grueso del odio, aun siendo ya ciudadanos de la Unión Europea y gozando en principio del derecho a la libertad de circulación y de residencia. El italiano de cultura media no sabe distinguir entre rom y rumanos, no sabe que es mentira que los gitanos roben niños o que todos los índices de microcriminalidad italianos son más bajos que en los demás países occidentales. Vive en el terror fomentado por la tevé. Y vota a la derecha.