La rejuvenecida centroizquierda encabeza todas las encuestas para las elecciones italianas de febrero. Sin embargo, como consecuencia de la ley vigente, podría serle casi imposible gobernar sin pactar con el centro, liderado por el tecnócrata neoliberal Mario Monti. Mientras tanto, crece en el país el malestar con “la política”.
Antes que nada, una advertencia tranquilizadora: que Silvio Berlusconi, insólito aspirante a una nueva jefatura de gobierno, alcance su propósito en las elecciones del 24 y el 25 de febrero, parece extremadamente difícil. El magnate de la televisión, que en los últimos 19 años fue tres veces primer ministro (1994, 2001, 2008), no tiene límites en su ambición, y a pesar de todos los escándalos de corrupción y sexuales en los que está inmerso, vuelve a postularse.
Berlusconi puede pretender reunir un paquete de votos (entre 16 y 20 por ciento según los sondeos actuales) para pactar después con los ganadores y mantener sus privilegios, su imperio televisivo y salvarse de los innumerables juicios en los que ya fue condenado en primera instancia a cuatro años de cárcel. El magnate, que luce varias cirugías estéticas y una novia medio siglo más joven y deberá pagar a perpetuidad a su ex esposa una fabulosa pensión alimentaria, ha vuelto a los primeros planos de los canales de tevé, donde se lo ve un día sí y otro también explicando que es el único capaz de salvar a Italia del comunismo, que en 2011 fue víctima de un golpe de Estado orquestado por Alemania y que Monti –a quien apoyó hasta ayer mismo– es un incapaz. El hombre es persistente, aunque su partido, el Pueblo de la Libertad, aparece ya desmembrado. Sus apoyos más firmes están en pequeños nucleamientos de extrema derecha. La racista Liga Norte, su principal aliado, hundida por la descarada corrupción personal de sus líderes, ha decidido respaldarlo con mucho recelo.
SÍGANME. Los principales postulantes (serios) para el cargo de primer ministro son el actual jefe de gobierno, Mario Monti, que sucedió a Berlusconi en una Italia al borde del abismo en noviembre de 2011, y el secretario del Partido Democrático (pd), Pierluigi Bersani. Monti, prestigioso economista neoclásico, presidió un gobierno técnico que evitó el derrumbe de manera dogmática recurriendo a todo el recetario neoliberal: recortó derechos jubilatorios, dejando desamparadas a 300 mil personas, y ahorró fondos estatales en educación y salud, pero no en defensa ni en obras públicas. Y subió los impuestos. Si pudo hacerlo fue porque contó con el apoyo de casi todo el parlamento, incluyendo el partido de Berlusconi y el pd. El pd, que también tuvo varios problemas de corrupción, se comprometió a recortar derechos en nombre de “la estabilidad” de un país colocado entre la espada y la pared por 2.000 millones de euros de deuda pública.
Con los aplausos de los “mercados”, de la Unión Europea, de la canciller alemana Angela Merkel, de los medios monopolistas, de franjas importantes de la clase dirigente italiana y el respaldo jamás tan explícito de la todopoderosa Iglesia Católica, Mario Monti –que dimitió como jefe de gobierno la víspera de Navidad– resurgió como candidato el último día del año. En una versión modernizada del episodio bíblico en que Dios le dio a Moisés las tablas de la ley en el monte Sinaí, “SuperMario” publicó en la web su programa de gobierno, la “Agenda Monti”, 25 páginas de Biblia neoliberal que parten del viejo dogma de que derecha e izquierda son conceptos superados y en las que se presenta como salvador. Síganme los buenos, sugiere el economista. A Monti lo apoyan los pequeños partidos de centro, varios dirigentes fugados de la aventura berlusconiana en búsqueda de supervivencia personal y sectores moderados de la centroizquierda descontentos con lo que describen como una radicalización del pd. Pero a Monti, demasiado sobrio, profesoral y british, le falta roce popular. Aunque, como Berlusconi está ocupando todos los espacios mediáticos, los sondeos le asignan alrededor del 20 por ciento, y podrían estar algo inflados. Es posible que también él aspire más a pactar que a ganar, y que ofrezca sus votos a Bersani a cambio de que se avente cualquier perspectiva izquierdizante y de ser nombrado presidente de la república en sustitución del ex comunista Giorgio Napolitano, cuyo mandato vence en mayo.
MÁS CHANCHO SOY YO. En el origen del quiebre de la llamada “segunda república” se encuentra la reforma electoral diseñada por Berlusconi en 2006 para impedir a la entonces centroizquierda dirigida por Romano Prodi gobernar efectivamente el país, al tiempo que pervirtió el funcionamiento de los partidos. El propio autor de la ley, el entonces ministro de la Liga Norte Roberto Calderoli, la bautizó “ley cochinada”.
Pierluigi Bersani, secretario del Partido Democrático, socialdemócrata y hombre digno, intentó aplicar una política de reducción de daños respecto a esa ley, y lo ha logrado en parte. Hoy, tras años de difícil travesía por el desierto, el pd parece ser la única fuerza realmente organizada a nivel territorial, y los sondeos le atribuyen un sólido 33 por ciento de las intenciones de voto. Bersani derrotó en una áspera interna al joven intendente de Florencia, Matteo Renzi, partidario de mover al partido aun más hacia la derecha, y logró que también los candidatos del pd a puestos legislativos sean electos en internas. El resultado de este experimento es el rejuvenecimiento de la oferta electoral del partido y la jubilación anticipada de dirigentes históricos como Massimo D’Alema y Walter Veltroni. Bersani confirmó también la alianza del pd con la agrupación Izquierda, Ecología y Libertad (sel), muy centrada en temas como la defensa de la laicidad, de los derechos civiles y de los bienes públicos, un terreno del que el pd había desertado. Pero la ley electoral exige tener mayoría en prácticamente todas las regiones para poder gobernar de manera estable, y si Bersani perdiera solamente en Lombardía, la región más poblada y reino de Berlusconi y de la Liga Norte, quedaría sin mayoría en el Senado y se vería obligado a pactar con el centro de Mario Monti.
¿UN “QUE SE VAYAN TODOS” ITALIANO? En las recientes elecciones regionales de Sicilia la participación fue la más baja de la historia, y el rechazo radical a la política alcanza en el conjunto del país niveles hasta ahora nunca vistos. Una de las expresiones de esta sensibilidad es el Movimiento Cinco Estrellas, aglutinado alrededor del ex cómico genovés Beppe Grillo, que reúne entre el 12 y el 13 por ciento de las intenciones de voto, y que seguramente entrará en el parlamento. Mezclando temas de izquierda, como la defensa de los bienes públicos, y de derecha, como una postura con rasgos xenofóbicos frente a la inmigración y declarando que no le importa del antifascismo, su mayor punto de atracción popular es su virulento discurso contra los políticos, que llega al insulto personal. Con una gestión autoritaria y opaca del movimiento, que ha conducido a múltiples expulsiones de cuadros en los últimos meses y a la designación como candidatos a diputados de personas perfectamente desconocidas, es difícil prever el papel que jugará en el parlamento el equipo de Beppe Grillo.
La otra opción crítica del sistema, definidamente de izquierda, es la llamada Revolución Civil, cuyos dos temas centrales son la justicia social y la lucha contra las mafias y la corrupción. El movimiento abarca a numerosas organizaciones sociales y figuras de la sociedad civil, dos partidos comunistas, los débiles Verdes y la formación del ex juez de la operación Manos Limpias Antonio di Pietro, cuya imagen está hoy algo desgastada. También es un ex magistrado la principal figura de la coalición, el intendente de Nápoles, Luigi de Magistris, que después de un extraordinario éxito personal se enfrenta a un difícil día a día para cambiar a la metrópoli sureña.
El candidato a la presidencia por este partido es un magistrado antimafia, Antonio Ingroia, que para poder presentarse renunció a la unidad de investigación sobre el narcotráfico que conducía en Guatemala. Revolución Civil luchará voto a voto por alcanzar el 4 por ciento y de esa manera ingresar al parlamento, pero podría llegar a un acuerdo técnico con la centroizquierda para renunciar a competir en Lombardía y evitar facilitarle el camino a la derecha hacia un empate que sumiría a Italia en una crisis política sin fin.