No sabemos como los eventos de hoy modificarán la historia del G8. Un atentado contra el G8 es un atentado contra el gobierno mundial, el concierto de las grandes potencias industrializadas lideradas por Estados Unidos y Gran Bretaña. Los encuentros entre los grandes de la tierra nacen a la mitad de los 70 en Rambouillet, Francia. Son cinco, extendidos inmediatamente a Italia y poco después a Canadá. El mundo libre tiene dos enemigos, la URSS y la OPEP. Ideólogos de derechas como Samuel Huntington buscan una governance para el planeta en un momento de crisis del liderazgo de Estados Unidos. Estos, entre Vietnam, el Watergate y la revolución iraní necesitan concertar con Europa el destino del campo capitalista. Los 80 son el gran auge de la cumbre. Dominada por la visión neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald Reagan la reunión es efectiva en imponer al mundo políticas de privatizaciones, desreglamentación, caída del proteccionismo y liberalización del movimiento de capitales. Durante los 80 y los 90 el entonces G7 es realmente un directorio, un gobierno mundial en las manos de las mayores potencias industrializadas. Es el lugar donde los sacerdotes del fundamentalismo neoliberal triunfante pueden celebrar sus rituales pregonando que así será para siempre por que, con Francis Fukuyama, la historia se terminó. En el momento de máximo éxito la cumbre se mediatiza, se carga de expectaciones y es el inicio de la crisis. Otros actores aparecen. Acorralado por la autoridad de la contestación global, por la crisis del modelo y por la vuelta del unilateralismo estadounidense, el G8 hoy no es ni siquiera representativo del capitalismo mundial ya que China y India pesan en la economía mundial como toda la Unión Europea. Hoy el mundo libre sigue teniendo dos enemigos, la OPEP y el terrorismo.