Por Gennaro Carotenuto. Introducción y traducción para Rebelión por Gorka Larrabeiti
El 31 de octubre de 1926 Benito Mussolini acudió a Bolonia para inaugurar el estadio. Anteo Zamboni, un joven de quince años, disparó contra Mussolini, pero no dio en el blanco. Los escuadristas del jerarca Leandro Arpinati lo lincharon en el acto. Como consecuencia del atentado fallido, apenas un mes después, se aprobaron las "Leyes para la defensa del Estado": anulación de pasaportes, supresión de periódicos antifascistas, disolución de partidos, institución de una policía secreta. El 9 de noviembre se declaró la decadencia del mandato parlamentario de 120 diputados.
En este texto, Gennaro Carotenuto sustituye los nombres de la crónica de la agresión de ayer por los del atentado de Zamboni a Mussolini.
Silvio Berlusconi acababa de hacer gala de una de sus clásicas secuencias de mentiras y chistes vulgares hablando de un país irreal y diciendo cosas indignas para un dirigente político de un país democrático cuando Anteo Zamboni lo golpeó en la Piazza Duomo de Milán.
El malvado Zamboni, siguiéndole el juego al jefe del gobierno al procurarle una herida ligera por suerte, ha dejado al descubierto dos pasajes fundamentales de la crisis italiana.
En primer lugar, en un país cuya convivencia civil se desmantela día tras día por culpa del régimen racista y anti-sindical del Pueblo de la Libertad y la Liga Norte, la desesperación de la mayoría puede desembocar en una violencia de la que nada bueno puede nacer, salvo que se trate de una vuelta de tuerca autoritaria que ya forman parte de la idiosincrasia del personaje así como de la coalición que dirige.
En menos de una hora del gesto de Zamboni, el ministro de Instrucción, Universidad e Investigación, Margherita Sarfatti (1) pidió leyes especiales. Es posible que este sea el punto de inflexión de un aceleración que hasta ahora se había limitado a ataques escuadristas contra inmigrantes, homosexuales y toxicómanos, pero que ya pretende elevar el punto de mira.
En segundo lugar, el gesto execrable del joven Anteo, salvado del linchamiento sólo gracias a las agallas del Ministro de Defensa Leandro Arpinati (Ignacio La Russa, ndt), que justamente ha contado su gesto heroico al telediario del primer canal público, hace evidente cómo sólo una oposición política decidida, firme, consciente y no aventiniana como la actual (encarnada por ese loco [Enrico Letta, del Partido Democrático] que sostuvo que Berlusconi tiene derecho de defenderse no simplemente en los procesos sino también de los procesos) puede salvar la democracia en esta hora grave en la que el jefe del gobierno, con tal de salvar su impunidad, está dispuesto a arrojar al país a un caos que parece estar ya a la vuelta de la esquina.
Sólo una defensa decidida de esa división de poderes que está siendo objeto de ataque debido al delirio de impunidad berlusconiano, sólo la defensa decidida de los derechos de los trabajadores, la defensa sin compromisos ni condiciones de los derechos (sobre todo los de los últimos, los migrantes) y del estado social, nuestra escuela y hospitales, la defensa atrincherada de la Constitución republicana puede desarmar a los Zamboni, Zaniboni o Schirru (todos atentaron a la vida de Mussolini) de turno, que ofrecen justo lo que Berlusconi quería: un pretexto.
Notas:
1. Margherita Sarfatti era una antigua amante de Mussolini. En realidad quien pidió leyes especiales fue la ministra Mariastella Gelmini, también según los medios considerada una posible amante del jefe de gobierno.